ZADIG O EL DESTINO Y LAS POLÍTICAS ECONÓMICAS

Desde comienzos del año me propuse releer las obras más importantes de ese inefable filósofo francés que fue Voltaire. Inicié con la lectura de Cándido, del cual extraje argumentos para un ensayo que escribí en febrero, publicado en una revista española. Luego seguí con sus Cartas Filosóficas y he continuado releyendo Zadig o el destino. Se trata de un tour de force entre los bienes y los males del mundo, registrados en esa época del gran reino de Babilonia, entre la suerte y la mala suerte de nacer con o sin dinero, apuesto o feo, generoso o egoísta, inteligente o corto de luces. Pero también es una medida singular de los vaivenes de la vida y de la muerte, que muestra cómo un destino promisorio se puede torcer en cuestión de días o incluso horas o, por el contrario, de una situación nefasta, terrible, puede surgir una luz cargada de esperanza y buena vibra de cara al futuro.

Pero, ¿qué relación tiene esta novela con las políticas económicas? Pues, desde cierta perspectiva, la verdad es que ninguna, aunque desde un punto de vista amplio, hay un párrafo de esa obra que nos permite desarrollar unos argumentos al respecto. El párrafo en cuestión relata que Zadig fue herido de un ojo y para su cura llamaron al gran médico y sabio Hermes. Este visitó al enfermo y dijo que perdería el ojo, incluso predijo el día y la hora que tal hecho ocurriría. Hermes, con toda su sapiencia médica, afirmó que no podía hacer nada, que lo hubiese curado si el ojo herido fuese el derecho pero, tratándose del izquierdo, era incurable. Contra todo pronóstico, unos días después de la sentencia del sabio, el tumor que Zadig tenía en el ojo reventó por sí solo y sanó rápidamente. Entonces Hermes escribió un libro en el que probaba que no se debía haber curado.

Esta historia, con su peculiar final, se emparenta de cierta manera con las explicaciones de los economistas y las políticas económicas que ellos instrumentan. Establezcamos la relación indicando el conocido chiste sarcástico dirigido a ellos: un economista pasa varios años explicando lo que va a suceder y luego pasa otros tantos años explicando por qué no sucedió lo que dijo iba a suceder.

En el excelente prólogo que hace Raúl Prebish a la obra de Mario Bunge Economía y filosofía, publicada en 1982, el economista argentino referencia un hecho literario para explicar las justificaciones que por entonces tenían las políticas de corte monetarista en varios países de América Latina, particularmente en Chile. A juicio de Prebish, esa política había tenido el efecto de actuar como un secante del crédito, generando limitaciones a la actividad económica, repercutiendo en mayor desempleo y menor crecimiento económico. Sin embargo, los formuladores de la política seguían adelante con esta, más allá de los perjuicios que estaba causando. Esta situación se asemejaba a la de una novela clásica, donde un médico aplica una plétora sanguínea a uno de sus pacientes. El tratamiento no está funcionando, sin embargo el médico insiste en aplicarlo hasta que finalmente el paciente, muy debilitado, se muere. El médico, imperturbable, le dice a sus discípulos de la escuela de medicina que eso fue una verdadera lástima, porque, de no haberse muerto el paciente, se habría comprobado la eficacia de su terapéutica.

Abundan los ejemplos donde la interpretación de los hechos económicos, más que explicarse en el contexto de lo que sucedió, se explican apelando a lo que debía suceder. El problema con las explicaciones normativas, de lo que debería ser, es que a menudo caen en el terreno de unas justificaciones alejadas de lo que es, de la realidad económica pura y dura. En estos términos, un gobierno cualquiera puede seguir insistiendo con políticas que no están dando los resultados beneficiosos esperados o pueden incluso estar causando efectos perjudiciales y no revisarse o detenerse dichas políticas. Los controles de precios o del tipo de cambio, los subsidios, el mantenimiento de bajos impuestos, se encuentran entre las políticas que a menudo se justifican al margen de sus resultados, a pesar de generar incentivos perversos, ser socialmente regresivas o fiscalmente insostenibles.

Para las economías con ingresos fiscales volátiles, como las de América Latina, que dependen considerablemente de estos, como la economía venezolana, los shocks desfavorables merman sustancialmente la capacidad de maniobra de las políticas. Sin embargo, se tiende a justificar políticas que intentan sostener la situación anterior al shock, por ejemplo mantener el mismo flujo de importaciones de bienes y servicios. Esto se puede lograr si el gobierno del país en cuestión tiene una alta capacidad de endeudamiento interno y externo, permitiéndole encarar la situación presente con cargo al futuro. Pero si, por diversas razones, y es lo que frecuentemente prevalece, este no es el escenario, las políticas dirigidas a mantener una situación económica que ya no es sostenible, pueden terminar agravando el problema.

La evaluación y el monitoreo permanente, junto con un alto nivel de autonomía en las decisiones de las autoridades, por ejemplo en instituciones como el banco central, son claves para realizar los ajustes pertinentes en la política económica o, si es el caso, incluso el cambio de la política. En la práctica, esto es difícil de lograr, porque entran en juego consideraciones de tipo político, de intereses de grupo y de privilegios que complican el panorama. Los decisores necesitan ver con objetividad lo que está sucediendo y los pasos requeridos para actuar en correspondencia con ello. Las prácticas que toman en cuenta evaluación y monitoreo con alto nivel de autonomía decisoria, son de países con gobiernos que tienen instituciones públicas de calidad. No ocurre así en las naciones donde la precariedad institucional, como un reflejo de estar dominadas por intereses políticos y malas políticas, apenas alcanza para justificar por qué no pasó lo que se decía pasaría o para especular que hubiese pasado si el paciente no tiene la descortesía de morirse.

©Isaías Covarrubias, 2023

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