LA CAJA DE MÚSICA (APUNTES SOBRE EL SENTIDO DE LA JUSTICIA)

Después de muchos años, he vuelto a ver una película de 1989 llamada “Music Box”, dirigida por el gran director de excelentes filmes de corte político que es el realizador franco-griego Costa-Gravas. La película fue traducida en Latinoamérica con el nombre de “Mucho más que un crimen”. El film de Gravas me ha procurado ampliar mi percepción sobre el espinoso asunto de la postura de los hijos frente a los actos innobles, ilegales o criminales cometidos por sus padres y las particularidades de la responsabilidad y el sentido de justicia individual que emerge en estos casos.

El film, basado indirectamente en un hecho real, relata el drama de una prestigiosa abogada, Ann Talbot, cuyo padre es un emigrado húngaro, Mike Lazlo, que llegó a Estados Unidos después de la II Guerra Mundial y formó una familia acendrada en los valores libertarios americanos. Sintiéndose parte y orgulloso de su país de acogida por más de treinta años, Lazlo lo demuestra oponiéndose al régimen comunista húngaro. Ann y su hermano lo admiran profundamente por su lucha por la libertad y los valores que les ha trasmitido. Pero todo cambia cuando Lazlo es acusado por un grupo de judíos húngaros de ser un criminal de guerra nazi. Es llevado a juicio para que sea condenado, deportado y pague por sus crímenes. Su hija se convierte en su defensora, confiando que se trata de un error y luego sospechando que hay una conspiración comunista contra su padre. A pesar de las contundentes pruebas presentadas en el juicio, no prospera la sentencia de culpabilidad contra Lazlo. Pero el encuentro casual de unas fotos en una caja de música le revela a Ann que efectivamente su padre es el terrible criminal que los testigos señalaban en el juicio. En medio de su reacción de desconcierto y decepción, finalmente toma la decisión de entregar la evidencia que lo inculpa al fiscal acusador del juicio y se aleja para siempre de su vida.

Este drama y su trasfondo de encubrimiento de crímenes de lesa humanidad y el justo reparo exigido por las víctimas, se emparenta con otros casos conflictivos reales, donde las relaciones familiares se contaminan de hechos políticos. Solo hay que ver el drama detrás de los hijos de los desaparecidos, adoptados en algunos casos por los propios represores criminales de sus padres biológicos durante la dictadura argentina, para darse cuenta que se trata de un asunto con varias aristas delicadas. Un hecho reciente que vale la pena traer a colación en cuanto a vínculos familiares y política es la actitud asumida por el hijo del defensor del pueblo en Venezuela, quien frente a la crisis política y la represión gubernamental, ha expresado una postura abiertamente opuesta a las acciones, más bien omisiones, de su padre, reclamándole coherencia, con base en hacer valer los principios que él mismo declara recibió de su progenitor. Se podría nombrar infinidad de casos similares, pero lo relevante en todos es la cuestión transversal que los recorre, relacionada con la discusión acerca de si el peso del vínculo familiar es más importante que la responsabilidad individual y la necesidad de justicia.

Por descarte, se debe precisar que los hijos no son culpables de las acciones delictivas, criminales u ominosas cometidas por sus progenitores, a menos que hayan sido partícipes directos de sus fechorías. Pero este descarte no implica automáticamente que no puedan asumir una postura ética frente a los hechos. En un sentido estrictamente ético, la responsabilidad individual debería imponerse. Pero esta es una presunción más fácil de decirla que de verla en la práctica. En realidad, el vínculo afectivo puede ser tan poderoso que cubra con un velo de complicidad,  hipocresía o engaño la posición de los hijos acerca de las acciones deshonestas de sus padres. Y así como en la película mencionada la abogada finalmente actúa impulsada por un sentido de justicia más grande que el afecto hacia su padre y el hijo del defensor del pueblo ha hecho lo propio, se dan muchos otros casos donde ocurre lo contrario. Ahora mismo, el conflicto político venezolano ha provocado una  tendencia in crescendo de increpar a los hijos que viven en el exterior de altos funcionarios del gobierno. Se trata de un reclamo colectivo hacia esos hijos privilegiados, presumiéndose disfrutan de sus privilegios sin importarles la crisis y desentendidos de las acciones dolosas que están cometiendo sus progenitores. Que no se defiendan parece expresar la máxima de que el que calla otorga. Pero lo que parece no tiene necesariamente por qué ser la verdad.

El asunto adquiere otra dimensión, como sucede en la película o en regímenes dictatoriales y tiránicos reales, al corroborar que muchos delitos y crímenes cometidos no prescriben. En algún momento, delincuentes y criminales que fueron funcionarios públicos de estos regímenes pueden ser alcanzados por el brazo de una justicia nacional no coaccionada o por la más transparente justicia internacional. El punto es que las pruebas y la condena frecuentemente cambian el espectro de posturas de los hijos hacia sus padres enjuiciados y, en algunos casos, condenados. Han sucedido episodios donde se ha producido un repudio público, como el caso del odio declarado hacia su padre por parte de la hija de un famoso represor argentino encarcelado. En otros se han presenciado actos públicos de arrepentimiento y pedimentos de perdón. En unos más los hijos han seguido sus vidas tan campantes, como si nada hubiera pasado con sus padres. Después de todo, sea en el contexto que sea, y el político no escapa de esto, en las relaciones de padres e hijos los vericuetos por donde se manifiestan los complejos edípicos siempre estarán revoloteando.

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