POLÍTICAS PERVERSAS E INCENTIVOS PERVERSOS

Cuando explico conceptos básicos de economía, tengo claro que hay varios de puro sentido común, en cambio hay otros más difíciles de captar. De los primeros, el concepto implícito en la frase “La gente responde a los incentivos” es fácil de comprender, aunque solo sea porque intuitivamente sabemos que muchas veces respondemos a los estímulos con un condicionamiento predeterminado, a la manera como respondía el famoso perro de los experimentos del científico ruso Iván Pavlov. De los segundos, cuando uno dice “No hay almuerzo gratis” no es tan fácil entender de inmediato el concepto económico implícito. ¿Por qué el almuerzo que una amiga o un amigo cordialmente me invita en realidad no me sale gratis?

Concentremos el análisis en el concepto de los incentivos. Estos son señales, informaciones o datos que nos sirven para hacer o dejar de hacer una determinada acción o actividad. Aclaremos  que no todos los incentivos se nos ofrecen en dinero, también respondemos a motivaciones de otra índole, como el orgullo personal, los valores y creencias que tenemos, y un largo etcétera que pudiéramos añadir. Quedémonos solo con los incentivos monetarios. A diferencia de los de otro tipo, los monetarios son explícitos y perfectamente cuantificables.  A mí las series de TV y las películas me han proporcionado un contexto en donde he podido corroborar cómo funcionan estos incentivos.  Por ejemplo, en el famoso programa de TV mexicano “El chavo”, cuando Doña Florinda, urgida de hacer alguna actividad para la que no tiene tiempo, le dice a su vecino: – ¿Don Ramón, se quiere ganar 10 pesos? -.  Él siempre responde: – ¿A quién hay que matar? -.

Para que el incentivo monetario funcione, tiene que estar en sintonía con el efecto esperado al ofrecerlo. Se puede decir que con un incentivo se busca una consecuencia intencionada. Este es el principio que rige, por ejemplo, para las llamadas transferencias condicionadas de efectivo, una política aplicada por gobiernos como los de México y Brasil. Consisten en dar algún dinero de soporte a familias pobres si estas demuestran que envían a sus hijos regularmente a la escuela o cumplen con el necesario programa preventivo de vacunación para los niños. Está claro que la efectividad de la política se mide con relación a las consecuencias intencionadas que provoca el incentivo monetario que acompaña la medida.

Pero hay incentivos que generan un efecto no esperado, una consecuencia no intencionada, que termina agravando el problema que se esperaba corregir, neutralizar o minimizar. A este tipo de incentivos se les denomina “incentivos perversos” y casi siempre resultan de un mal diseño de una política pública. Para ilustrar este concepto, digamos que hay un pueblo invadido por lo ratones y que el gobierno, buscando combatir el problema, ofrece un incentivo en dinero a todo aquel que atrape y mate ratones. Los cazadores llevan a una oficina gubernamental las colas de los ratones cazados, como muestra de que les han dado muerte y reciben un dinero en relación a la cantidad de colas que lleven. Sin embargo, los ratones siguen multiplicándose y están por doquier. Lo que ha sucedido es que los cazadores se dieron cuenta que pueden dejarlos vivos y hacerlos reproducir, ganando así más dinero que si realmente los matasen. Como queda claro en este caso, la política genera un incentivo perverso, con una consecuencia no intencionada que agrava el problema.

Hay pues políticas que derivan en incentivos perversos y a menudo los gobiernos sobre la marcha de la política la corrigen o la eliminan. Por eso cuesta entender por qué el gobierno venezolano se ha vuelto un adicto sin remedio a las políticas diseñadas con incentivos perversos, agravando el problema que se intenta corregir y creando otros problemas concomitantes. Un caso prominente de esto ha sido el control del tipo de cambio, vigente desde febrero de 2003, el cual creó todo tipo de incentivos perversos que incrementaron la corrupción, la fuga de capitales y la continua devaluación del bolívar. Una muy reciente política, ofreciendo un estipendio mensual en dinero a las embarazadas, lleva la marca de las que generan incentivos perversos. En un país que tiene una de las mayores tasas de embarazo precoz de América Latina, sufriendo una gran precariedad en los hospitales para la atención de las parturientas, con una escasez terrible de vacunas, productos de lactancia y servicios de salud básicos para la atención de los neonatos, el gobierno no parece caer en cuenta que probablemente generará un problema adicional ofreciendo dinero a las embarazadas. De aquí en adelante, hombres y mujeres, especialmente los adolescentes y los jóvenes, cuentan con un premio en metálico aunque tengan una conducta sexual irresponsable.  Es probable que tras la medida la tasa de embarazos, sobre todo los precoces, aumente, en medio de la aguda crisis económica.

Son políticas perversas, que se traducen en incentivos perversos, diseñadas por un gobierno que no entiende del costo social que acarrean y solo mide con estas su exclusivo y cortoplacista beneficio político.

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