ÁLBUM FAMILIAR (UNA HISTORIA DE AMOR)

Regresaba a su casa después de cenar en el restaurant habitual, pensando en la sorpresa que se llevó la camarera cuando le dejó cien euros de propina. Afuera del portal de su edificio, por costumbre, dirigió la mirada a la acera y reparó en un cartón cuadrado blanco tirado en el suelo. Lo levantó por curiosidad y lo puso del revés, era una fotografía de una mujer sonriente abrazando a dos niños. Se la quedó sin saber por qué. Al entrar se topó con un vecino que posó la mirada sobre la foto. Con cierta ironía mal disimulada le preguntó: – ¿Es tu familia? -. Él dudó un momento en responder pero finalmente dijo un lacónico – Sí – y se alejó enseguida.

Una vez en su piso se dedicó en la sala a mirar la foto mientras se bebía un té. La mujer era guapa, de unos cuarenta años, como de su edad más o menos. La niña y el niño eran sin duda sus hijos, tenían un extraordinario parecido con ella. Miró largamente la foto, cavilando en por qué estaría tirada en la acera, pero no se le ocurrió nada interesante.

Luego entró en su estudio y quitó de un corcho en la pared tres insectos capturados en su trabajo como entomólogo. Eran dos grandes escarabajos rinoceronte, uno naranja, otro azul y una mantis religiosa. Recordó que de vez en cuando se imaginaba a los escarabajos luchando como los antiguos caballeros medievales por el amor de la mantis, pero nunca elegía un vencedor ni decidía de cuál de ellos se había enamorado ella. Con un alfiler clavó la foto en el corcho y lo descolgó de la pared. Acomodado en la poltrona del estudio se dedicó nuevamente a contemplar la foto, como si estuviera en un álbum familiar. Al cabo de un rato se quedó dormido.

En el sueño regresaba de un largo viaje y la mujer, su mujer, lo recibía con interminables abrazos y besos, susurrándole palabras eróticas que lo excitaron tremendamente. Los chicos estaban locos de alegría con su regreso y recibieron asombrados los exóticos regalos que les trajo de lugares remotos. Por la noche, en medio del calor del verano, se dejó envolver por la añorada blandura de su cama y comenzó a recorrer con caricias el cuerpo de ella. Hicieron el amor y sintió un placer inédito, insondable, una madeja de hilo interminable sin principio ni final.

Despertó sudoroso, turbado. Le costó un par de minutos salir de la perplejidad de haber soñado otra vida. Una vida donde el amor y la pasión tenían un lugar que no habían ocupado nunca en su anodina y rutinaria existencia. Una vida que le hizo olvidar momentáneamente la hora intransferible para acudir a la cita definitiva que había fijado con la suya.

Miró su reloj y reparó en que quedaba poco tiempo. Se levantó de la poltrona, apagó la luz del estudio y se dirigió con paso lento a su dormitorio; allí tenía preparado todo.

icovarr@ucla.edu.ve

@iscovarrubias

 

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UNA BREVE NOTA SOBRE LA ECONOMÍA DE BODEGONES

Una amiga mexicana leyó un reportaje sobre la “economía de bodegones”, específicamente el artículo de la BBC “Cómo la Nutella se convirtió en símbolo del auge de las importaciones en Venezuela (y qué dice eso de la economía del país)” del 20 de enero de 2020, y después de pedirme le explicara mejor de qué se trata, me solicita mi propia opinión y me reclama si acaso no tengo un visión demasiado pesimista con respecto a la economía venezolana. Puede ser, pero difícilmente alguien me va a convencer que la economía de bodegones representa el resquicio para iniciar la salida de la crisis. En el resto de la nota argumento mis razones.

Algo chocante detrás del auge de estos negocios es que han surgido de la noche a la mañana en un país que tiene uno de los peores climas de negocios del mundo, según se desprende del informe anual más reciente de Doing Business del Banco Mundial, donde Venezuela exhibe pésimos indicadores en todo lo relacionado con la facilidad para hacer negocios y realizar inversiones, ocupando uno de los últimos lugares del ranking entre 190 países evaluados. Pareciera que para crear y poner a funcionar estos bodegones Venezuela exhibe la facilidad que tienen para hacer negocios Nueva Zelanda o Dinamarca (de los primeros en el ranking), y no la de Libia o Haití (de los últimos en el ranking), que es lo que realmente ocurre en la práctica para la gran mayoría de las actividades económicas. En relación con lo anterior, por décadas los llamados “costos de transacción”, los costos no imputables a la producción del bien o servicio o a la administración y gestión de un negocio sino a externalidades negativas surgidas del mal funcionamiento de los mercados o por la baja calidad de las instituciones (leyes, contratos, normas, permisos, licencias) que están en la base del funcionamiento de las actividades económicas, han sido elevados en la economía venezolana. Al respecto, una tesis de maestría que tutoré en el año 2012 demuestra que algunos costos de transacción asociados a permisos, trámites, licencias, necesarios para invertir en una empresa del sector turístico en Venezuela pueden causar una disminución de 15-20% de la rentabilidad esperada (rendimiento real, valorado en dólares) del proyecto de inversión. Sin embargo, para los bodegones los altos costos de transacción existentes no parecen suponer un problema serio. También es chocante que ante la precariedad de la oferta de los servicios públicos en Venezuela, la demanda de los mismos por parte de estos negocios parece estar bien atendida y cubierta.

Algunos economistas han tomado de referencia el auge de estos negocios, sumado a la supuesta utilización generalizada del dólar como medio de cambio y de reserva de valor, la llamada “dolarización”, como un signo de una recuperación y representantes de Fedecámaras han hablado de una “leve mejoría” de la economía venezolana. No obstante, señalan todo ello como si dicho fenómeno hubiera surgido al margen del contexto económico terrible y demoledor que lo ha provocado. En todo caso, se trata de aceptar como una mejoría que este año la economía venezolana no terminará exhibiendo la catastrófica tasa de decrecimiento de 30-35% del PIB estimada para el 2019, sino una caída más suave, pero igualmente pronunciada, de 10-15% del PIB en este 2020. Ciertamente, la flexibilización de los controles de precios y regulaciones que ahogan las actividades económicas, la casi eliminación del oneroso subsidio causado por el control del tipo de cambio (aunque persiste un subsidio implícito), posibles privatizaciones en marcha, producción petrolera sostenida por empresas extranjeras, particularmente la estadounidense Chevron, exenta, por ahora, de las sanciones impuestas por la Casa Blanca, y asociaciones de inversión con empresas rusas en condiciones de socio minoritario por parte de PDVSA, pueden funcionar en la dirección de aminorar la tasa de decrecimiento del PIB. Aclaro que en el caso del negocio petrolero, no se ha tratado de un plan estratégico deliberado, sino de medidas de urgencia para la sobrevivencia de una industria petrolera que el propio gobierno hizo colapsar. Pero nada de esto significa que se están instrumentando un conjunto de políticas macroeconómicas (ni microeconómicas) coherentes y consistentes que apuntan a una verdadera salida de la crisis. En otras palabras, la economía de bodegones no representa una orientación clara de que la economía venezolana va en vías de recuperarse en el corto plazo, incluso ni siquiera en el mediano plazo.

Por otra parte, se trata de opiniones que parten de visualizar una formación de expectativas positivas de los agentes económicos reflejando una burbuja de prosperidad donde cabe acaso 10-15% de la población, no más. Es un razonamiento ingenuo o preparadamente (mediáticamente) optimista que, a fin de cuentas, de lo patéticamente exultante que es termina siendo insultante para la gran mayoría que sufre y padece gravemente las consecuencias reales de la crisis económica.

icovarr@ucla.edu.ve

@iscovarrubias

 

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BREVE ELOGIO DE EL OLVIDO QUE SEREMOS

Dedicado a mi colega y mejor amiga Gloria Torrealba

La celebrada novela El olvido que seremos, publicada en 2006, del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, es un intenso testimonio del amor y admiración que siente por su padre, Héctor Abad Gómez, un médico antioqueño defensor de los derechos humanos y promotor de programas de salud pública, asesinado en Medellín el 25 de agosto de 1987 en medio del conflicto civil que atravesaba, con mayor agudeza que ahora, Colombia. Es una novela conmovedora, planteada desde la mirada de un hijo infatuado de veneración y cariño hacia su valiente, progresista y solidario padre. Esa veneración salta a la vista casi en cada página de la novela, pero sin rasgos melodramáticos o cursis que dañen la evocación que hace Abad Faciolince de su progenitor y de su familia. La novela está llena de detalles, como el recuerdo de su niñez, fuertemente arraigada en el catolicismo que, sin embargo, ante los chismes de la gente conservadora y fanática rumoreando que las acciones “comunistas” del doctor Abad Gómez lo condenarían al infierno, lleva al niño a decidir no rezar nunca más, para no ir al cielo y así poder acompañar a su padre.

Ahondando en los múltiples elogios que se la han hecho a la novela, Mario Vargas Llosa, en un artículo en el diario el País del 07 de febrero de 2010, dice de ella que: “Es muy difícil tratar de sintetizar qué es El olvido que seremos sin traicionarlo, porque, como todas las obras maestras, es muchas cosas a la vez. Decir que se trata de una memoria desgarrada sobre la familia y el padre del autor -que fue asesinado por un sicario- es cierto, pero mezquino e infinitesimal, porque el libro es, también, una sobrecogedora inmersión en el infierno de la violencia política colombiana, en la vida y el alma de la ciudad de Medellín, en los ritos, pequeñeces, intimidades y grandezas de una familia, un testimonio delicado y sutil del amor filial, una historia verdadera que es asimismo una soberbia ficción por la manera como está escrita y construida, y uno de los más elocuentes alegatos que se hayan escrito en nuestro tiempo y en todos los tiempos contra el terror como instrumento de la acción política.”

Tengo una historia personal con esta novela y es que loco de ganas por leerla, con tantos comentarios favorables que tenía, me dispuse a comprarla en la época de unas navidades donde el gobierno intervino las tiendas de artículos electrónicos, obligándolas a rebajar sustancialmente los precios de todas las mercancías. Una tienda de esas ubicada en un centro comercial de la ciudad ya lucía desolada porque ante la medida la gente prácticamente había arrasado con todo. Sin embargo, recordé que tenían una sección de venta de libros y por no dejar pasé a ver si quedaba alguno. Para mi sorpresa, quedaban bastantes y entre ellos varios ejemplares de El Olvido que seremos a un precio irrisorio en bolívares. Como economista entendía perfectamente que las tremendas distorsiones a las que estaba y sigue sometida la economía venezolana no podían sino generar más temprano que tarde la falta de producción e importación de libros, aunque solo hablemos de este rubro, y traería, como en efecto ha ocurrido, el cierre de muchas librerías. Pero como lector impenitente y amante de la literatura no podía dejar pasar esta oportunidad, así que decidí comprar los varios ejemplares que quedaban y eso me dio la oportunidad de poder regalar a mis hermanos y amigos lo que considero es una de las mejores novelas latinoamericanas contemporáneas.

Al respecto de las historias detrás de la novela, en diciembre del año pasado tuve la oportunidad de leer Traiciones de la Memoria (Alfaguara, 2009), el libro de Héctor Abad Faciolince donde relata toda la investigación en la que se embarcó para demostrar que el papel con el poema que traía su padre en el bolsillo el día que fue asesinado era efectivamente de Jorge Luis Borges, aunque ese poema no había sido publicado nunca, al menos no por la industria editorial formal. El poema, llamado Aquí. Hoy, comienza precisamente con el verso: “Ya somos el olvido que seremos” de donde Abad Faciolince tomó el título de su novela-homenaje a su padre. La historia de la indagación, aunque es real, se cuenta como una maravillosa fábula que agranda la leyenda.

Para terminar el elogio, leí en el diario El País del 02 de febrero de 2020 que, en el marco del Hay Festival de Cartagena, se realizó una charla con Héctor Abad Faciolince y el gran director de cine Fernando Trueba para presentar lo que es la versión cinematográfica de El olvido que seremos. Ya existía un documental previo llamado Carta a una sombra y ahora la película seguramente refrenda la magia que tiene esta obra. Y es que es una novela que no solo habla del amor filial y familiar, contado desde la nostalgia y la pena, sino también es una interrogación sobre los conflictos de nuestras sociedades latinoamericanas, especialmente crímenes e injusticias acalladas y rodeadas de impunidad por parte de los poderes de turno, y a la vez es una aguda reflexión sobre la vida y la muerte, porque, después de todo, de alguna manera todos ya somos el olvido que seremos.

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