LOS PERROS DEL PARAÍSO Y LA IDEA DE OCCIDENTE

Entre las novelas que he leído este mes destaca Los perros del paraíso (Monte Ávila, 1987), del erudito y culto escritor argentino Abel Posse, obra que se alzó con el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1987, cuando este premio literario era el más prestigioso de América Latina. Abel Posse nos cuenta una versión espléndida del imperio español, el descubrimiento y los prolegómenos de lo que sería la larga y agitada historia de la conquista y colonización de América. Es una obra de cierta complejidad sin dejar de ser amena e interesante en su planteamiento. Posse despliega su arte literario para mostrar una historia polifónica donde los actores destacados representan diferentes perspectivas imaginarias de los acontecimientos que vivieron, acontecimientos que no por imaginados dejan de tener asidero en realidades que forman parte de lo que a menudo se denomina la “Idea de Occidente”.

Por Idea de Occidente se entiende un conjunto de ideas y referencias culturales, económicas, filosóficas, políticas, artísticas, religiosas, que definen el mundo occidental como una unidad histórica y social. Desde este punto de vista, encontramos en Los perros del paraíso algunas de las percepciones y concepciones occidentales que alrededor del proceso de descubrimiento y conquista de América moldearon la historia económica, política y social de Europa, del continente americano y en realidad del Mundo.

Esta Idea de Occidente se trasluce en la novela en la ambición de los Reyes Católicos de ampliar su poder imperial, uno que envolvió el proyecto de descubrimiento y conquista durante los siglos XV y XVI y terminó diferenciando a los reinos europeos de la época en la medida que se consolidaba o se perdía este poder y en la medida que los descubrimientos de ultramar, la conquista de territorios, el sojuzgamiento de las poblaciones originarias y la extracción y explotación de los recursos, les otorgaba mayor capacidad de imponerse y dominar dentro de un escenario de conflicto permanente entre potencias. El poder imperial fue a su vez una manifestación primigenia del mundo moderno capitalista mercantil y financiero, el cual emergería permeabilizando y transformando, en algunos casos completamente, a las naciones europeas y sus extensiones territoriales coloniales, estableciendo, por decirlo de alguna manera, las “reglas del juego” sobre las que se conformó y desplegó esta fase del capitalismo.

Uno de las tramas de la novela que más me ha llamado la atención es la aguda especulación imaginativa con la que se recrea un improbable encuentro entre un tecuhtli, un noble del imperio azteca, y un embajador del imperio inca. El fin de la reunión es discutir una posible invasión conjunta a Europa. La negociación, en la ciudad de Tenochtitlán, fracasa, pero a través de este hipotético encuentro se pone al descubierto la gran riqueza de conocimientos y la sofisticada cultura y costumbres que poseían ambos imperios precolombinos. Desde luego es un cuestionamiento a la idea occidental mantenida por mucho tiempo pero ya desacreditada de que los europeos se toparon en América solo con pueblos salvajes, lo cual supone una concepción distorsionada de la historia [1].

En la novela destaca el encuentro de Cristóbal Colón con Beatriz de Bobadilla, “la cazadora”, mandamás de las Islas Canarias, su coto territorial particular donde en la segunda mitad del siglo XV esta mujer hizo y deshizo a su leal saber y entender. El encuentro se convierte en un juego erótico entre dos pulsiones humanas dominantes y opuestas: eros y tánatos. Se conforma así un entramado vital de gran fuerza y poder. Se prefigura aquí nada menos que ideas tan caras a Occidente como el psicoanálisis freudiano, que sólo comenzaría a expresarse cabalmente alrededor de cuatro siglos después.

La percepción de Colón de su llegada al Nuevo Mundo transmite una idea occidental muy poderosa y significativa por su importancia ulterior. Se ha dicho que Colón representa un ser histórico a horcajadas entre el mundo medieval y el mundo moderno. Colón cree haber encontrado el paraíso terrenal en América. Esta postura más espiritual que material se emparenta con el paso del tiempo con las ideas utópicas, las ideas socialistas, con las que en Occidente se expresará no solo la idea de progreso sino también la posibilidad de lograr el reino del cielo en la tierra, un mundo de justicia social e igualdad. Por su parte, el Padre Bartolomé de Las Casas ejemplifica al religioso fuertemente imbuido de la idea de un Dios redentor, visión que no estaba muy presente en el mundo medieval pero cobra sentido con el descubrimiento y el debate posterior de si los indios tenían alma y era lícito esclavizarlos y explotarlos. Las Casas trae al Nuevo Mundo la buena nueva de que, aunque se les esclavice, los indios redimidos serán, al igual que él, salvados por la gracia de Dios y su sufrimiento y muerte no les debe pesar. Se trata de una de las ideas fundamentales con las que se afincó el catolicismo en tierras americanas. De la visión de un aventurero lansquenete se transmite otra idea occidental que es antítesis de la anterior: Dios ha muerto y los hombres deben disponerse a ocupar su lugar. Es una idea que será expuesta cuatro siglos después por Friedrich Nietzsche y tendrá relevantes implicaciones filosóficas, teológicas y morales en el mundo occidental hasta el día de hoy.

Finalmente, ¿qué decir de los avatares de los indios y luego de la población mestiza que sobrevino con el descubrimiento, la conquista y la colonización? Posse acredita una idea indicativa de que este proceso histórico produjo un retraimiento físico y psicológico de la población originaria americana. Con el proceso de colonización y mestizaje, una de las varias interpretaciones acerca de este proceso insinúa que el retraimiento psicológico continúa y ha impedido a los latinoamericanos, generación tras generación, asimilar completamente la Idea de Occidente. En efecto, algunos estudiosos, como el filósofo mexicano Leopoldo Zea y el filósofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero, sugirieron en su momento que la región y sus habitantes, sus políticos, sus empresarios, se identifican con una idea muy inconclusa de Occidente. Las sociedades latinoamericanas formarían una suerte de “Europa segunda”, pues han sido incapaces de imbuirse completamente del espíritu racional científico, técnico, jurídico, económico, político, institucional que evolucionó en Europa desde hace cinco siglos. Por ello, a pesar de los contratiempos históricos y de sus fallas, Europa y las ex colonias que sí se embebieron de esa racionalidad, como los Estados Unidos, progresaron, mientras América Latina ha permanecido relativamente estancada. Desde esta perspectiva, las ideas occidentales quedaron patentadas en América Latina, pero se han desarrollado en la práctica como si se tratase de un organismo extraño. Todo ello configuró un panorama moderno y contemporáneo donde se observan unas repúblicas que tienen constituciones ejemplares y una economía capitalista, pero estas se reproducen deformadas y alejadas de sus alcances efectivos.

Los indios del descubrimiento, conquista y colonización fueron sometidos, esclavizados, engañados; huérfanos de sus dioses, destruido su mundo, fueron obligados a huir. Más de cinco siglos después, esos indios, los blancos, los negros y los mestizos y mulatos producto del encuentro latinoamericano con los europeos no huyen pero, confundidos, tampoco encuentran las vías para posibilitar un proyecto social genuinamente progresista. La lectura de Los perros del paraíso me ha permitido volver la mirada otra vez sobre estos dilemas.

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[1] Una referencia a las obras que presentan una revisión documentada y actualizada de las limitaciones y alcances de las sociedades precolombinas es 1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón (Taurus, 2006) de Charles C. Mann.

[2] Sobre este tema, de Zea se puede consultar su obra América en la Historia (Revista de Occidente, [1957], 1970) y de Briceño Guerrero las tres obras (La identificación americana con la Europa segunda, 1977; Discurso Salvaje, 1980; Europa y América en el pensar mantuano, 1981), compendiadas en un solo volumen llamado El laberinto de los tres minotauros (Monte Ávila, 1994).

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BENITO JUÁREZ, EVO MORALES Y LA HISTORIA COMO TRAGEDIA Y FARSA

A menudo uso la frase de Marx esa que la historia se presenta una vez como tragedia y otra vez como farsa. Y es que la frase de marras tiene muchas representaciones en la historia política de América Latina. De la relectura del estupendo libro que es Redentores (Debate, 2011) del historiador mexicano Enrique Krauze, me he topado con una historia del siglo XIX que revela mucho de la tragedia política de nuestras sociedades, una historia que tiene claras referencias en pleno siglo XXI latinoamericano, aunque en este segundo caso podríamos hablar de historias devenidas en farsas. Cuenta Krauze que el abuelo de Octavio Paz, Ireneo Paz, era un revolucionario liberal, o un liberal revolucionario, como quieran, y combatió con proclamas y uniéndose a levantamientos las pretensiones de Benito Juárez de perpetuarse en el poder en México, poder que había ocupado desde 1858. El presidente Juárez fue candidato una vez más en las elecciones presidenciales de 1871 y las ganó, aunque teniendo ya una gran oposición hacia su mandato y bajo la acusación de que se había cometido un fraude electoral. Juárez continuaba así la larga noche del caudillismo político latinoamericano que cubrió el siglo XIX republicano de nuestras naciones, se extendió hasta buena parte del siglo XX y reaparece en este siglo XXI.

Y da lo mismo que el caudillo o líder haya sido o sea un prócer o un reformista, liberal o conservador, de derecha o de izquierda, un dictador o un presidente elegido democráticamente, gobierne bajo instituciones débiles o sobre un Estado Fallido, el afán de mantenerse en el poder imbuirá la mayoría de sus decisiones y acciones, pues terminan considerándose unos elegidos, insustituibles en el avatar colectivo de sus patrias. Los ejemplos de caudillos políticos, de líderes populistas y redentores abundan en la historia de América Latina y en especial nuestros grandes escritores: García Márquez, Vargas Llosa, Asturias, Carpentier, Roa Bastos, han sabido retratar con maestría los andares y el universo de los dictadores, del gendarme necesario, del hombre fuerte; en algunas de sus novelas son personajes reales, mientras que en otras son el arquetipo de seres que se consideran supremos, convocados para mandar y guiar la patria eternamente por la gracia de Dios o sin contar con él. El mediocre desempeño que en materia económica y de desarrollo han tenido la mayoría de  los países latinoamericanos desde que son repúblicas corrobora el daño que el caudillismo, los líderes políticos omnipresentes, le han hecho y le hacen a la región.

Volviendo al libro de Krauze, la historia de la oposición de Ireneo Paz al gobierno de Benito Juárez revela sorpresivas conexiones y coincidencias entre los afanes re-eleccionarios de Juárez y los del ex presidente boliviano Evo Morales. Como es sabido, el tumultuoso devenir por estos días de Morales comenzó cuando violentando la consulta popular que perdió y le negó una nueva candidatura presidencial, manipuló el sistema de justicia para presentarse nuevamente en las elecciones de octubre de 2019. La trastornada jornada electoral que lo dio como ganador en primera vuelta generó fuertes e intensas protestas en toda Bolivia durante tres semanas, desembocando en la auditoría a las elecciones realizada por la OEA que corroboraron las grandes irregularidades cometidas en las mismas. Ante estos hechos, la sospecha de un fraude electoral, y bajo la presión de la ciudadanía en la calle, sin contar ya con el apoyo de las fuerzas armadas de su país, Morales renunció a la presidencia. Ireneo Paz era el editor propietario de un periódico llamado El Padre Cobos y desde allí tenía una tribuna pública privilegiada para denunciar lo que él consideraba eran las apetencias de perpetuarse en el poder de Juárez. En 1871, en la antesala de las elecciones presidenciales donde Juárez era nuevamente candidato, escribió un soneto que aparece impreso en el libro, del cual copio el último verso:

Suéltanos por piedad, querido tata,

Ya fueron catorce años de cicuta…

¡Suéltanos presidente garrapata!

Y es que hay singulares coincidencias entre ambas apetencias de Juárez y Morales de mantenerse en el poder. Cuando se escribieron esos versos el prócer de origen indígena Benito Juárez había cumplido casi catorce años en el poder, los mismos que hubiera cumplido el presidente socialista indígena Evo Morales en enero de 2020. Al igual que Juárez en el México del último tercio del siglo XIX, Morales aspiraba a gobernar Bolivia por lo menos un periodo más en este primer tercio del siglo XXI. Juárez no logró gobernar por completo ese último periodo, pues murió súbitamente de un infarto en 1872 y Morales renunció como presidente y ha aceptado el asilo que curiosamente le brinda otro presidente mexicano: Andrés Manuel López Obrador. La historia del gobierno de Juárez y de los caudillos que le sucedieron en el México de la última parte del siglo XIX, en especial Porfirio Díaz, gobernante por espacio de 30 años, hasta 1911, a pesar de representar gobiernos que en algunos aspectos se le reconocen importantes logros y cierto progreso social, revela en general la tragedia de unas naciones latinoamericanas que una vez convertidas en repúblicas no pudieron sentar las bases institucionales del liberalismo económico y político, de la democracia con pleno respeto a los contrapesos del poder y a las instituciones. Doscientos años después de vida republicana, las secuelas de esta falla histórica aún reverberan en la región.

Evo Morales, al igual que otros presidentes populistas con rasgos progresistas, imbuidos de un enorme afán por mantenerse en el poder a cualquier precio, terminan representando una farsa que los lleva a someter y controlar los demás poderes públicos y otras instituciones [1]. Esto ha traído como consecuencia, como lo corrobora un estudio reciente de Latinobarómetro, que exista una alta percepción de los ciudadanos latinoamericanos de que viven en democracias donde se gobierna para unos pocos, donde los gobernantes no responden eficazmente a las demandas sociales, por lo cual su apoyo a este sistema político ha mermado sustancialmente [2]. Las prácticas antidemocráticas y demagógicas que cobraron nuevo impulso en algunos países de la región en este siglo XXI no solo traen el mal del caudillismo y el autoritarismo redivivo sino además suponen el perjuicio de representar grandes obstáculos, limitaciones y rémoras para alcanzar un mayor bienestar y desarrollo para la gran mayoría.

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[1] El progresismo en los hechos y los logros económicos conseguidos durante el gobierno de Evo Morales se destacan en la entrada del blog: EVO MORALES SCHOOL OF ECONOMICS.

[2] Latinobarómetro es una prestigiosa encuestadora que por espacio de un poco más de dos décadas ha registrado las percepciones políticas de los ciudadanos de 18 países de América Latina. El estudio se refiere al Informe Latinobarómetro 2018.

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DOS ALEMANIA, UNA PELÍCULA Y UNA ECONOMÍA (A PROPÓSITO DE 30 AÑOS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN)

Es sabido que con la caída del Muro de Berlín, suceso que comenzó un día como hoy, un 09 de noviembre de 1989 y duró varios días, además de propiciar la reunificación de Alemania en un solo país se trató de un hecho emblemático del derrumbe de los socialismos reales, los existentes bajo la “cortina de hierro”, una cortina que cubría con un relativo manto de secreto cómo se vivía en los países socialistas y cómo funcionaba la economía socialista. 30 años después del derrumbe de esos socialismos, aún se debate intensamente sobre estos, en aras de sacar en claro no solo las fallas que arrastraban sino incluso sus bondades, que también las tenían. Por supuesto, las fallas privaron para su colapso, pero en retrospectiva también fallaron los análisis y las previsiones optimistas de esa época, como las expuestas por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, quizás la más conocida, de que sobrevendría un orden liberal en lo económico y democrático en lo político que arroparía hasta las naciones económica y socialmente más rezagadas, de manera que el mundo se uniformaría alrededor de una sola tendencia liberal de progreso y bienestar global.

Además de los análisis económicos, geopolíticos y de otra índole, el cine se ha encargado de retratar algunos rasgos característicos de las dos Alemania y de las diferencias acentuadas entre una, la capitalista, y otra, la socialista, pero también de mostrar algunas semejanzas. De esas películas a mí particularmente me gusta mucho el film alemán Good Bye, Lenin! (Dir. Wolfgang Becker, 2003). Good Bye, Lenin! describe las vicisitudes que pasa una familia tras la enfermedad de la madre,  una mujer orgullosa de ser socialista, miembro del partido y comprometida con mantener el socialismo en Alemana Oriental, que cae en coma en octubre de 1989 y solo despierta varios meses después. Los médicos les indican a sus dos hijos que ante los profundos cambios sufridos desde la caída del muro de Berlín, probablemente su madre no los aceptaría ni resistiría ver su mundo vuelto trizas, un mundo que ya no existe y tendría un shock que probablemente le provocaría la muerte. El hijo toma la decisión de hacer todos los esfuerzos necesarios para recrear la Alemania socialista que desapareció por lo menos para que exista por un tiempo a los ojos de su madre. Entonces es cuando uno asiste a ver los aspectos económicos y sociales que tenía esa Alemania: alta regulación de los mercados, producción obedeciendo a unos planes estrictos, uniformidad en el consumo, tecnología obsoleta, industrias contaminantes, relativamente baja productividad, falta de innovación, racionamiento. Todo ello contrasta con el sistema económico que se impuso, guiado por el funcionamiento del libre mercado, la alta productividad, el consumo conspicuo y la libertad de la toma de decisiones para trabajar, invertir, emprender.

Uno de los aspectos más chocantes de los cambios que se observan en la película es encontrar a un antiguo astronauta de Alemania Oriental, un héroe de la nación, trabajando de taxista, pues en las nuevas condiciones del mercado laboral capitalista, su formación y preparación como astronauta no le sirve de mucho para conseguir un trabajo en el sector público como el que tenía bajo el manto protector del socialismo. En pocas palabras, se cambió un sistema económico poco productivo pero que brindaba una relativa estabilidad laboral (siempre y cuando el  trabajador no se metiera en problemas políticos o protestara) y una relativa seguridad social, por un sistema económico altamente productivo, competitivo, pero donde priva la incertidumbre en el mercado laboral y en la seguridad social, donde cualquier ralentización del ritmo de crecimiento económico puede generar mucho desempleo y una caída de la producción y del consumo y la seguridad social no está plenamente garantizada.

Dos Alemania, una película y una economía, porque lo que también revelan los hechos históricos ocurridos hace 30 años desde la caída del muro de Berlín y lo corrobora desde entonces el desempeño económico de la unificada Alemania es que en definitiva los principios económicos básicos funcionan en casi todas las situaciones. De estos principios económicos básicos destacaré dos de los más comunes: la gente responde a los incentivos y los mercados competitivos funcionan más eficientemente que los mercados excesivamente regulados y controlados. Que los agentes económicos, llámese consumidores, empresarios, inversionistas, respondieron a los incentivos que se ofrecían con la unificación de Alemania se deja ver en la aceleración de la actividad económica de esos días generada por consumidores con el incentivo de contar con una gran variedad de productos con los que no contaban en la Alemania Oriental, de empresarios ávidos por producir más bienes y servicios para esos consumidores, e inversionistas dispuestos a invertir en empresas y negocios ante la expectativa de lograr una alta rentabilidad de la inversión. También los trabajadores respondieron al incentivo de poder laborar atraídos por salarios competitivos, que reflejaban mejor el valor de sus capacidades y habilidades laborales. Y todo ello fue posible porque en Alemania Occidental funcionaban los mercados con relativa libertad, donde la determinación del precio de los bienes y servicios, los salarios, la tasa de interés, se corresponde con las decisiones de oferta y demanda que toman los agentes económicos y no con las prescripciones y regulaciones de precios como las existentes en la Alemania Oriental, que terminaron por provocar desabastecimiento, racionamiento y otros problemas que finalmente influyeron sobremanera en el mediocre desempeño de su economía.

Y no es que en la Alemania unificada con orientación capitalista, de libre mercado, no existan problemas económicos y sociales, pero ni los gobernantes ni los ciudadanos alemanes confrontados con estos problemas parecen tener en mente dar marcha atrás hacia el socialismo, como lo intenta el amoroso hijo de Good Bye, Lenin! al menos por un fin noble y piadoso, preservar la vida de su madre, recreando un mundo socialista que no solo desaparecía rápidamente, sino además no funcionaba ni funciona en ninguna parte.

 

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