LOUIS VUITTON, EL PIB Y LA CORRUPCIÓN EN VENEZUELA

¿Qué relación tienen el dueño de Louis Vuitton, el PIB y la corrupción en Venezuela? Parece algo forzado encontrarla, pero no lo es tanto. Al menos voy a intentar ponerla en el tapete. El dueño de Louis Vuitton se llama Bernard Arnault y según información de BBC Mundo del 24/06/19 acaba de ingresar al exclusivísimo club de las personas con fortunas superiores a los 100.000 millones de dólares, club en el que también están dos milmillonarios más: Jeff Bezos y Bill Gates. Arnault es el dueño de un imperio formado por empresas de artículos de lujo, donde precisamente destacan marcas como Louis Vuitton. Su fortuna ha aumentado 32.000 millones de dólares durante este año, catapultándola hasta 100.400 millones. Su riqueza representa un poco más de 3% del PIB francés. Según lo ha demostrado un economista también francés, Thomas Piketty, en su libro “El capital en el siglo XXI”, publicado en 2013, Francia está entre los países europeos donde la brecha de ingresos entre los muy ricos y el resto de la sociedad, la desigualdad económica, se ha ensanchado sustancialmente en las últimas décadas.

Se suelen hacer diversas comparaciones entre las fortunas de las personas muy ricas y otros indicadores económicos y sociales y algunas de esas comparaciones son verdaderamente escandalosas. Por ejemplo, según la organización OXFAM, con datos de 2018, las 26 personas más ricas del planeta concentran una riqueza equivalente a la que tienen 3.800 millones de pobres. Además, la riqueza de los milmillonarios se sigue incrementando a ritmo vertiginoso. También con datos del 2018 y de la misma organización, se afirma que dicha riqueza se incrementó en 900.000 millones de dólares, 2.500 millones diarios. Por supuesto que gran parte de la explicación de este incremento de la fortuna de los muy ricos no hay que buscarla en una expansión increíble de la productividad o de las ventas de los bienes y servicios que producen sus empresas, sino en el comportamiento de las acciones de sus firmas y, en un sentido muy poco justiciero e igualitario, en los privilegios fiscales de los que disfrutan, haciendo que en algunos países los muy ricos paguen impuestos con tasas que son inferiores a las aplicadas a los trabajadores.

Otro indicador con el que se compara estas riquezas bestiales es con el mencionado PIB, que como sabemos es una medida de la riqueza de un país y de su crecimiento económico, pero muy poco efectiva para medir el bienestar, como se discutió ampliamente en la entrada anterior de este blog. En estos términos, muchos ricos concentran fortunas que son superiores al PIB de muchos países en desarrollo, incluyendo una buena parte de los países latinoamericanos. Generalmente el PIB de Venezuela no se correspondía con esta comparación, pero a partir del colapso económico desde el 2014, aún en curso, dicha comparación ha tomado sentido. En efecto, según estimaciones del FMI en el 2014 el PIB venezolano, a precios corrientes, rondaba los 212.350 millones de dólares, pero su disminución continua producto del colapso lo ha convertido en un PIB de alrededor de 98.500 millones de dólares, reflejando una caída de 54%, una reducción de un poco más de la mitad.

Vista la cifra de riqueza de Arnault y la de Venezuela, el milmillonario francés podría, haciendo una equivalencia imaginaria, comprar los recursos y activos de Venezuela reflejados en su PIB y aún le sobrarían uno dos mil millones de dólares. Resulta por lo demás casi rocambolesco pensar que Venezuela, un país rico en petróleo, con las mayores reservas probadas del planeta de este recurso, se encuentre en una situación económica que permita hacer una relación tan desfavorable.

Por otra parte, según el Índice de Percepción de la Corrupción de 2018, elaborado por la ONG Transparencia Internacional, Venezuela es el país más corrupto de América Latina. Un dato que revela la intensidad de la corrupción en Venezuela es que se calcula que el dinero de venezolanos colocado en paraísos fiscales, generalmente producto de la corrupción y de actividades ilegales como el narcotráfico, representa aproximadamente el equivalente al 60% de su PIB.

Ciertamente que la corrupción no es lo que explica el colapso económico, pero sí forma parte relevante de las consecuencias de un modelo económico muy improductivo, basado en la captura de rentas por parte de los grupos de poder, en principio de las provenientes de los ingresos petroleros y, con la debacle de esta industria, orientada ahora hacia las rentas que se pueden capturar de la extracción de minerales como el oro, el coltán y los diamantes. De manera que un modelo económico extractivista que espolea aún más las prácticas corruptas está en pleno desarrollo en Venezuela.

La corrupción es tan lacerante que a un ex funcionario corrupto del régimen de Chávez, convicto y confeso, juzgado y condenado en los Estados Unidos, se le estimaron negocios por mil millones de dólares. Comparativamente, estos negocios corruptos representarían el 1% del PIB de Venezuela del 2018. Parte de la fortuna mal habida estaba invertida en productos de lujo, donde seguramente no faltarían artículos Louis Vuitton y de las demás marcas del imperio económico de Arnault. En Francia la riqueza de Arnault revela el aumento de la desigualdad económica y causa indignación. En Venezuela las fortunas de los corruptos representan un robo de recursos públicos que se le escamotean a escuelas y hospitales y forman parte de una tragedia social. Pero al venezolano la corrupción no parece indignarlo mucho.

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LOS PROBLEMAS DEL PIB COMO MEDIDA DE BIENESTAR

El PIB es una buena medida del desempeño de corto y largo plazo de una economía, también es útil para medir el tamaño de dicha economía y proporciona una escala con la cual compararla con respecto a otras. Pero no es muy efectiva para medir el bienestar de la gente. Tampoco parece reflejar adecuadamente los efectos del crecimiento económico sobre el medio ambiente o el ritmo de agotamiento de los recursos. El PIB por habitante es un buen indicador de bienestar si la distribución de los ingresos no es muy desigual, pero no lo es si ocurre lo contrario.

Una primera falla en la medición del PIB se relaciona con que esta medida de la actividad económica registra los bienes y servicios finales que tienen precio de mercado, que van al mercado. De manera que una parte de la producción que se consume y no va al mercado no se registra en el PIB. Existe una cierta cantidad de bienes y servicios con estas características. Por ejemplo, algunos productos agrícolas de granjas familiares no llegan nunca al mercado, se producen para el autoconsumo. Igual pasa con servicios como los trabajos domésticos que realiza una gran cantidad de hombres y mujeres en el hogar que no son remunerados monetariamente y, por tanto, no tienen precio de mercado.

Este mismo argumento es aplicable al trabajo voluntario no remunerado. En muchas naciones una gran cantidad de personas realiza actividades voluntarias como puede ser apuntarse en patrullas para apagar incendios, atender niños y ancianos, cuidar enfermos, rescatar animales. Sin embargo, pese a la gran importancia que tienen para la sociedad, estas actividades, no quedan reflejadas en el PIB, pues se producen pero no se venden.

Otra omisión de ingresos corresponde a los universitarios. Mientras pasan su tiempo estudiando en una universidad, los servicios de educación como pago de matrícula (si es una universidad privada), de residencia y otros gastos relacionados con la educación, son registrados en el PIB. Pero estudiar acarrea un costo de oportunidad, es decir, la mejor alternativa a la que se renuncia por estudiar, reflejada en la posibilidad de tener un trabajo en vez de estudiar. Los ingresos perdidos por el estudiante si estuviera trabajando deberían, según algunos economistas, incluirse en el PIB.

Relacionado con lo anterior, en las cuentas nacionales de algunos países se contabiliza el servicio que representa el alquiler de una vivienda por una familia, pero no se estima el costo de oportunidad cuando una familia adquiere una vivienda propia. No obstante, al menos en las cuentas nacionales de los Estados Unidos sí se hace. Según se ha documentado, la familia que es inquilina de una vivienda realiza un pago de alquiler a su propietario, lo cual queda registrado en el PIB. Pero si la familia compra una vivienda, los estimadores de cuentas nacionales siguen registrando en el PIB el valor del alquiler como sí la familia se alquilara a sí misma, reflejando el costo de oportunidad de este servicio.

En los países pobres africanos o de ingresos medios, como los latinoamericanos, una porción importante de la economía es informal, es decir, la producción de bienes, la prestación de determinados servicios y determinados trabajos no se negocian bajo arreglos formales, contractuales, legalmente establecidos. En este contexto, existe una “economía sumergida” de negocios legales e ilegales en los que se producen bienes y se prestan servicios sin registro de información fiscal, sin ser nunca declaradas a las autoridades fiscales y tributarias. En la mayoría de estos establecimientos laboran trabajadores sin contratos, especialmente cuando son inmigrantes, que no cotizan al seguro social ni aportan al seguro de desempleo, son trabajadores informales. Aunque en este caso la producción de bienes o la prestación de servicios sí se destina casi siempre al mercado, frecuentemente hay una subvaloración del aporte de estas actividades económicas al PIB. La informalidad supone un reto para quienes realizan las cuentas nacionales, de manera de hacer su correcta estimación en el PIB.

Otra deficiencia del PIB es que representa la sumatoria del valor de los bienes y servicios sin medir o ponderar la utilidad de los mismos. En otras palabras, el PIB mide por igual la producción de cigarrillos y los servicios de educación, los videos pornográficos y los servicios de salud preventiva, sin realizar juicios de valor acerca de la utilidad de dicha producción. En teoría, y haciendo una simplificación a objeto de entender el punto, dos países pueden tener un PIB muy similar, pero mientras en uno el PIB está concentrado en la producción de cigarrillos y licores, en el otro el PIB puede reflejar mayoritariamente la prestación de servicios en educación y salud.

Algo similar sucede con la calidad de los bienes y servicios, puesto que el PIB no diferencia productos de buena y mala calidad. Con los avances tecnológicos, los bienes y servicios como las computadoras, los celulares, las cirugías son de mejor calidad, más prácticos, más seguros. Pero esta mejor calidad no se refleja completamente en su valor, e incluso, dado que los precios de algunos de estos productos han tendido históricamente a disminuir, su participación relativa en el PIB puede, paradójicamente, haber mermado.

De las actividades económicas que omite el PIB quizás la más cuestionada sea la omisión de la contaminación generada fundamentalmente por las empresas, pero también por otras actividades. La contaminación representa lo que los economistas denominan una  “externalidad negativa”, esto es, actividades de producción que provocan, por ejemplo, la emisión de gases tóxicos o el vertido de desechos y cuyo costo, en términos del daño medio ambiental que causan, o la afectación de la salud de las personas, no es cubierto por la empresa. La producción de una empresa que contamina se registra en el PIB, pero como no incurre en el costo de remediar la contaminación, este se convierte en un “costo social”. En general, se piensa que así como se debería incluir dentro del PIB el bien que representa la producción de autoconsumo, los trabajos voluntarios y otros, debería restarse del PIB el “mal” que suponen las externalidades negativas o daños colaterales.

En la medida que se amplía la base industrial de un país, es posible que el crecimiento económico sea sostenido, pero uno de los efectos negativos que acarrea este crecimiento es que el aumento de la contaminación reduce la calidad de vida. Pero como la calidad del aire o del agua no se compra ni se vende en los mercados, el PIB del país no refleja este aspecto negativo de su crecimiento económico. Naciones que han tenido en los últimos años o décadas un crecimiento económico relevante, como China o India, no obstante podrían estar sobrestimando este crecimiento, en la medida que sus respectivos PIB no reflejan la contaminación medio ambiental que está generando su crecimiento económico.

Cierta valoración de la explotación de los recursos naturales no renovables tiende además a omitirse del PIB. Si bien la extracción y venta de un barril de petróleo queda reflejado en el PIB de un país productor, como Venezuela, el hecho de que se cuente con un barril menos de petróleo en el subsuelo, con el que no contarán las futuras generaciones, no se contabiliza de ninguna manera.

Hay varios países cuyos estimadores de las cuentas nacionales están trabajando, a pesar de las dificultades técnicas y metodológicas, en elaborar unas cuentas nacionales aumentadas, que incorporen la mayor cantidad posible de actividad económica, sea que dicha actividad tenga lugar en el mercado o fuera de éste. Sea que se trate de actividades económicas que implican algún tipo de bien privado o social, como el trabajo no asalariado, la investigación y desarrollo (I&D) y hasta el ocio, sea que la actividad se refiera a algún tipo de mal social, como la contaminación medio ambiental, la degradación de los bosques o la sobre-explotación de recursos.

Con respecto a las deficiencias del ingreso por habitante como medida de bienestar, analizaremos un aspecto puntual, el que guarda relación con el hecho de que no siempre el ingreso por habitante representa el promedio de ingreso que recibe un individuo de un país determinado. Algunos individuos recibirán por arriba del promedio, algunos incluso muy por arriba del promedio, mientras que otros individuos recibirán ingresos por debajo del promedio, algunos incluso muy por debajo del promedio. Que el ingreso promedio de un país sea representativo o no, está vinculado a la distribución de ese ingreso.

Existen varias medidas de la distribución de los ingresos entre las familias en un país determinado. Uno de los más conocidos es el llamado “Coeficiente de Gini” (CG), que es un indicador de la participación en el ingreso total de un país de diferentes grupos según su nivel de ingresos, generalmente divididos en “quintiles” (grupos de 20% de los hogares) o “deciles” (grupos de 10% de los hogares). El CG registra valores entre cero (0) y uno (1), entre más cercano a 0 se encuentre el CG, más igualitaria será la distribución del ingreso en ese país. Por lo contrario, entre más cercano a 1, se encuentre el CG, más desigual será la distribución del ingreso.

La importancia que adquiere la desigualdad económica en la medición del ingreso por habitante se puede deducir de cualquier informe sobre el desarrollo que elabora el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), donde se  observa que el nivel de ingreso per cápita de una nación puede ser sensiblemente inferior cuando se mide ajustándolo con relación a su distribución de ingresos. Así, mientras el PIB per cápita de los Estados Unidos es superior al de Canadá, sucede lo contrario cuando dicho PIB per cápita se ajusta por la desigualdad.

Las naciones latinoamericanas son, en general e históricamente, muy desiguales en términos de la distribución de los ingresos, a pesar que experimentaron mejoras en la primera década del siglo XXI en este aspecto. De manera que el crecimiento del PIB per cápita no necesariamente refleja una mejora de la situación económica para amplias capas de su población. Además, cuando la distribución del ingreso en un país es muy desigual, el acceso a la salud y a la educación de amplias capas de la población es limitado, con lo cual se perpetúa la desigualdad.

Por otra parte,  por los problemas mencionados, existen medidas del desarrollo, de la calidad de vida y del bienestar que son mejores estimadores que el simple PIB o el PIB per cápita. Una de ellas es el índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el PNUD desde 1990. El IDH, además de considerar el ingreso per cápita en su medición, toma en cuenta indicadores como la esperanza de vida al nacer y la educación, reflejada en la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matriculación en educación primaria, secundaria y universitaria. Los países evaluados por este indicador quedan posicionados como países con IDH muy alto, alto, medio y bajo. Uno de los aspectos que llama la atención de este índice es que no necesariamente los países más ricos, en términos de ingreso per cápita, son a su vez los que tienen los mejores IDH, aunque evidentemente hay una correlación.

En el informe del 2018, de las 189 naciones evaluadas, hay 58 naciones con un IDH muy alto; 54 naciones con un IDH alto; 39 naciones con un IDH medio y 38 naciones con un IDH bajo.  Los tres países clasificados con el IDH más alto (muy alto) son Noruega, Suiza y Australia,  mientras que las tres naciones con el IDH más bajo (bajo) son Sudan del Sur, República Centroafricana y  Níger. Los tres países latinoamericanos con el IDH más alto son Chile (muy alto, 44); Argentina (muy alto, 47); Uruguay (muy alto, 55). Los tres países latinoamericanos con el IDH más bajo son Guatemala (medio, 127);  Honduras (medio, 133) y  Haití (bajo, 169). Que un país registre un IDH muy alto no significa necesariamente que sea un país desarrollado.

Así como el Nobel de Economía Amartya Sen está directamente involucrado en la creación y mejora metodológica del IDH, otros Nobel de Economía, como Daniel Kahneman y Joseph Stiglitz participan activamente en las propuestas de crear y desarrollar indicadores que reflejen cada vez mejor el bienestar de la gente. En particular Stiglitz ha alertado que la no corrección de las distorsiones de medidas como el PIB, hacen defectuosa la visión de los problemas y de las políticas a aplicar para resolverlos, pudiéndose instrumentar políticas inadaptadas a los problemas. Entre los aspectos de medición del bienestar social no tradicionales que él menciona en los que se ha profundizado o que se han introducido en los nuevos índices para medir una vida mejor están la desigualdad, la sostenibilidad, la confianza y la inseguridad.

Una de estas construcciones metodológicas, que ha resultado particularmente debatida por los aspectos subjetivos de medición que incorpora, es la llamada Felicidad Interna Bruta (FIB), propuesta por el rey de Bután en 1972 y aplicada en este país. La FIB se basa en la evaluación de 180 preguntas a la población que son agrupadas en indicadores que cubren 9 dimensiones: a) Bienestar sicológico; b) Uso del tiempo; c) Vitalidad de la comunidad; d) Cultura; e) Salud; f) Educación; g) Diversidad medioambiental; h) Nivel de vida; i) Gobierno. No cabe duda que en este campo de la medición y valoración del verdadero bienestar de la gente, se seguirán perfeccionando las metodologías existentes y se seguirán haciendo en el futuro propuestas interesantes, conforme mejoren las técnicas de recolección de datos y el diseño de metodologías.

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INTELIGENCIA SOCIAL

Leer Inteligencia Social (Planeta, 2006) de Daniel Goleman me ha proporcionado una interesante perspectiva respecto al poder de las conexiones socio-emocionales que hacemos con los demás, sean la pareja, hijos, familiares, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, simples conocidos o incluso con los desconocidos. Me ha gustado tanto como otro libro suyo: El punto ciego (sicología del autoengaño) y mucho más que La inteligencia emocional. La primera parte del libro, que es de la que voy a hablar, trata de las bases evolutivas, neurobiológicas y sicológicas que nos lleva a  conectarnos y vincularnos socialmente de múltiples maneras. Es un compendio de investigaciones y estudios de caso sobre las “neuronas espejo”, nuestra capacidad de empatía, cómo nos reconocemos y participamos de la alegría o la tristeza de otros, especialmente nuestros compañeros sentimentales, familiares y amigos, pero no exclusivamente. Goleman explica que entre los seres humanos existe una “economía emocional” de transferencia de emociones y sentimientos que funciona cuando estas se manifiestan tanto en el nivel observado de los mismos así como en un nivel subterráneo que puede ser incluso más relevante en sus efectos. Los costos y beneficios implicados en esta “economía emocional” fueron, son, y probablemente lo serán más en el futuro, claves para el sostenimiento de la tupida red social que le da sentido a la mayoría de nuestras decisiones y acciones de comunicación, cooperación y coordinación con los demás.

Goleman menciona al voleo una definición de qué es la realidad que me llama la atención por lo concisa, libre del polvo y la paja de tantas conceptualizaciones complicadas. Dice que “una cosa es real si es real en sus consecuencias”.  Es un concepto alejado de la teorización o los juicios de valor excesivos que inundan las ciencias sociales. Esta afirmación sugiere que cabría entonces estudiar más las manifestaciones de los hechos, fenómenos y procesos, pues estos y sus efectos directos y colaterales son los que llevan en sí la carga de la realidad social, menoscabando la necesidad de arroparla con ideologías o dogmas. Un ejemplo de ello lo puedo explicar prestando atención a los postulados de la teoría marxista. La lucha de clases es real, porque una de sus varias consecuencias, más allá de cómo definamos las clases sociales, es real: la desigualdad económica. Pero, el determinismo histórico, que predice el advenimiento del socialismo, no es real, porque sus consecuencias, la manifestación de un mecanismo lineal operando sobre los procesos productivos hacia un fin determinado de antemano, no ha sido observado nunca en los varios siglos del capitalismo.

Otro argumento que me ha parecido interesante es uno que guarda cierta similitud con lo que el Nobel de Economía Daniel Kahneman desarrolla en el libro que compendia buena parte de sus investigaciones y teorías: Pensar rápido, pensar despacio. Al igual que lo hace Kahneman, de dividir el cerebro con dos sistemas de pensamiento: el rápido y el lento, Goleman lo divide en dos vías que orientan la comunicación y las emociones: el camino bajo, que manifiesta la conexión emocional que sigue vías invisibles, instintivas y el camino alto, que expresa racionalidad, palabras y significado. El camino bajo funciona fuera de nuestra conciencia y a gran velocidad, el camino alto funciona con control de la voluntad, requiere esfuerzo, una intención consciente y se mueve más despacio. Ambos caminos se interconectan, se intercondicionan a través de los circuitos neuronales de las personas mientras socializan a cualquier nivel, sea de manera formal o informal. Como lo dice Goleman, las células cerebrales conectan los caminos alto y bajo con el fin de ayudarnos a orquestar nuestras emociones con nuestras respuestas.

Desde esta perspectiva, los atributos neurobiológicos y sicológicos del cerebro social forman el entramado en los que se basa la capacidad de interpretar los sentimientos, las emociones y la comunicación en los procesos de socialización. Todo ello ha permitido formar la base para el desarrollo de la confianza, la cooperación y la bondad, lo cual ha resultado clave para nuestra sobrevivencia como especie y para el funcionamiento efectivo de los grupos sociales. Por ejemplo, la empatía ha evolucionado hasta tener varios significados biológicos, filosóficos, reflejando diferentes niveles de inteligencia social. La empatía es conocer los sentimientos de otra persona, sentir lo que esa persona siente y responder compasivamente a la aflicción de otro. La postura de Thomas  Hobbes, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, de que, en ausencia de una autoridad, el hombre se convierte en un lobo para el hombre, señalaría la existencia de la anti-empatía en el comportamiento social. Por el contrario, la postura de su contemporáneo, el filósofo y economista Adam Smith, expuesta en su obra Teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759, es que el reconocimiento de los sentimientos de otra persona y actuar en consecuencia es clave para conformar y explicar su comportamiento social. [*]

Son pues varias las cuestiones interesantes que plantea la primera parte de Inteligencia Social. Me he apresurado a comentarla porque encuentro un diálogo fecundo con sus postulados biológicos, sicológicos y filosóficos acerca de cómo nos comportamos en relación con nuestras conexiones y vínculos sociales. Todo ello es determinante de las decisiones y acciones que toma el animal social  que es el ser humano. Bien vale la pena aproximarse a indagar qué lo motiva, cómo lo hace y con quién.

[*] Una discusión sobre la postura de Adam Smith al respecto, se desarrolla en la entrada de este blog llamada: UNA APROXIMACIÓN A LA TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES DE ADAM SMITH.

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