PORTER ¿LA CULPA NO SERÁ DE LA VACA?

Durante el mes de agosto del 2013 se conoció la noticia de que el grupo de consultoría Monitor, fundado por Michael Porter, el famoso economista ideólogo de los fundamentos de la competitividad empresarial y de la competitividad de las naciones en el mundo globalizado, se ha declarado en bancarrota. La firma venía arrastrando problemas de insolvencia financiera desde noviembre del 2012, de los que no se pudo recuperar. Monitor toma relevancia desde comienzos de la década de los noventa cuando Porter y su equipo desarrollaron una gran cantidad de trabajos y prestaron un sinnúmero de asesorías a empresas, gobiernos, e instituciones públicas y privadas en torno a los temas relacionados con estrategias corporativas, implementación de “cadenas de valor” efectivas y, sobre todo, acerca de cómo lograr ventajas competitivas sostenibles. El alcance de sus propuestas abarcó, además del entorno empresarial y sectorial económico, las acciones de los gobiernos locales, regionales y nacionales.

En su libro más conocido: The Competitive Advantage of Nations (1990, Free Press), Porter señala que la competitividad de una empresa o de un sector industrial, y, por extensión, de una nación, no se basa principalmente en la dotación de recursos naturales y en la cantidad de trabajadores con los que cuente, sino en la presencia de una serie de factores concomitantes, agrupados en el llamado “diamante” de Porter: a) fuerte competencia entre las empresas; b) clientes exigentes en mercados sofisticados y especializados; c) industrias ampliamente relacionadas que se prestan apoyo, conformando clusters; d) factores de producción, especialmente la calidad del recurso humano. Estas condiciones de competitividad propenden a mejorar la productividad, alientan las inversiones y generan un entorno favorable para los negocios.

El enfoque de la competitividad de Porter ha servido de base para el diseño de un marco metodológico y práctico ampliado sobre la competitividad de las naciones. Al respecto, el World Economic Forum elabora anualmente un informe denominado World Competitiveness Report, un estudio comparativo de la competitividad de 148 países desarrollados y en desarrollo. En el estudio se define competitividad como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país. Se basa en la construcción de un índice de la competitividad global de cada país mediante la evaluación de 114 variables, agrupadas en 12 dimensiones o pilares de la competitividad. En el último informe (2013-2014) los países más competitivos fueron, en este orden: Suiza, Singapur, Finlandia, Alemania, Estados Unidos y los menos competitivos cinco naciones del África subsahariana. En el ámbito latinoamericano Chile resultó ser el país más competitivo (posición 34, un puesto por arriba de España) y Panamá (40), mientras que entre los menos competitivos se ubicaron Venezuela (134) y Haití (143).1

El tema de la competitividad de las naciones se hizo popular especialmente en los países que instrumentaron importantes reformas económicas hacia finales de la década de los ochenta y comienzos de los noventa, particularmente en América Latina. Por esta razón, algunos de las medidas sugeridas para incrementar la competitividad se relacionaron con las políticas propiciadas por el Consenso de Washington.2 No obstante, el propio Porter ha explicado que el tema de la competitividad se impone en la medida que las reformas macroeconómicas son necesarias más no son suficientes para lograr un crecimiento económico sostenido. Los fundamentos microeconómicos del desarrollo, en los que se basan los principios de la competitividad, son tanto o más importantes que el lado macroeconómico del desarrollo.

Fue en este contexto que se expandió significativamente el asesoramiento y la realización de estudios sobre competitividad por parte del grupo Monitor, contratado por gobiernos e instituciones públicas y privadas de todo el mundo. A veces trabajando en conjunto con otros equipos, otras veces encargándose directamente de la tarea. Me referiré a dos estudios puntuales realizados en países latinoamericanos.

El primero de ellos fue un estudio realizado a mediados de los años noventa sobre la competitividad de la industria venezolana, el cual originó un libro bajo la autoría de Michael Enright, Antonio Francés y Edith Scott Saavedra, con el titulo Venezuela: el reto de la competitividad (1994, Ediciones IESA). En el mismo se reseñan las condiciones de competitividad internacional de varias industrias venezolanas. Destacaban por su alto nivel de competitividad el caso de la industria ligada a los concursos de belleza, conocido como “Organización Miss Venezuela”, y el caso de la producción de telenovelas.3 La estrategia competitiva exitosa seguida por estas industrias podía servir de benchmarking para el mejoramiento de la competitividad en otras. Los autores también advertían de las importantes limitaciones que tenía el país en materia de infraestructura, condiciones de la demanda, falta de redes de cooperación inter-industriales, inestabilidad macroeconómica, excesiva regulación, entre otros factores, los cuales socavaban los esfuerzos por lograr ventajas competitivas en industrias como la siderúrgica o la de software.

El segundo estudio a reseñar lo realizó el grupo Monitor para cuatro países suramericanos: Bolivia, Colombia, Perú y Venezuela. Este estudio se publicó como libro, bajo la autoría de Michael Fairbanks y Stace Lindsay, con el nombre Plowing the Sea. Nurturing the Hidden Sources of Growth in the Developing Countries (1997, Harvard Business School Press). Los autores lideraron un equipo de consultores que contó con el apoyo de los gobiernos respectivos y de un organismo multilateral, la Corporación Andina de Fomento (CAF). Su tarea fue analizar las condiciones de competitividad de varios sectores económicos relevantes de estos países.

En este estudio se analizan, entre otros, las condiciones de competitividad de la industria de las flores de exportación de Colombia. Se señala la paradoja de que teniendo el país neogranadino una dotación de factores ideal para la producción de flores (tierra fértil y abundante, clima soleado) y un costo de la mano de obra relativamente barato, no lograba posicionarse en los segmentos más rentables del mercado internacional de las flores. Por el contrario, este segmento era dominado por floricultores holandeses, que no cuentan con tierras abundantes, ni clima soleado y donde la hora de trabajo es relativamente costosa. Sus falencias de recursos naturales la compensaban desarrollando condiciones de competitividad efectivas. En este sentido, en el estudio se identifican los patrones de conducta no competitivos resaltantes de las industrias analizadas: a) sobre-relevancia de factores básicos de las ventajas competitivas; b) pobre comprensión de los clientes; c) ignorancia de la posición competitiva relativa; d) falla en la integración hacia adelante; e) pobre cooperación entre firmas; f) exceso de estrategias defensivas; g) búsqueda de paternalismo.

Algunos de estos malos hábitos competitivos se asocian con la presencia de ciertos valores culturales que también entorpecen la posibilidad de tener industrias más productivas. Esta apreciación se deja colar a partir de un estudio de caso de la industria del cuero colombiana, analizado por Michael Fairbanks, y que sirvió para dar título a un popular libro de tips gerenciales y sobre liderazgo llamado La culpa es de la vaca. Fairbanks comenta los resultados de una investigación del mercado de carteras de cuero que Colombia exporta hacia los Estados Unidos, la cual tenía una relación de precio muy alta respecto a la calidad de los productos. Al reunirse con los empresarios de cada eslabón de la cadena de producción para encontrar las causas que explicaran la baja competitividad del sector, se enteró que los fabricantes le echaban la culpa a la imposibilidad de importar el cuero, de mayor calidad, de la Argentina; los curtidores nacionales cargaban la culpa sobre los mataderos, donde se tratan muy mal las piezas; los empresarios de los mataderos señalaban a los ganaderos, los cuales gastan poco en venenos contra las garrapatas que dañan las pieles del ganado y además las marcan para evitar los robos. En un último intento por conseguir una explicación plausible conversó con los ganaderos, quienes le dijeron: la culpa no es nuestra, es de las vacas que se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras y se rayan las pieles. Fairbanks concluyó que Colombia no tiene una industria de cuero más competitiva simplemente porque sus vacas no colaboran.

Porter no las ha tenido todas consigo en su prédica sobre las condiciones de la competitividad y algunos estudiosos de la economía internacional, como Paul Krugman, han sido acérrimos críticos de su enfoque. También se le cuestiona que aparentemente su modelo de competitividad le otorga un papel poco relevante a los gobiernos en las acciones encaminadas a lograr aumentar las ventajas competitivas, siendo el caso que los países que han experimentado el mayor crecimiento económico en las últimas décadas, los tigres asiáticos, China, la India, independientemente de que sean más o menos competitivos actualmente, lo han hecho mediante un fuerte apoyo del Estado, aplicando políticas que bajo la metodología “porteriana” habría que calificar de anticompetitivas. Pero, más allá de estas críticas, al menos yo no me esperaba que su propia compañía dejara de ser “competitiva”. Me imagino que con sus colaboradores estará revisando qué falló en su estrategia empresarial, qué factores del entorno no consideraron, para eso son expertos. Pero son humanos, así que ante el fracaso puede que también Porter le termine echando la culpa a la vaca.


1 Los pilares con los que se elabora el índice de competitividad global son: a) Instituciones; b) Infraestructura; c) Ambiente macroeconómico; d) Salud y educación primaria; e) Educación superior y entrenamiento; f) Eficiencia en el mercado de bienes; g) Eficiencia en el mercado laboral; h) Sofisticación del mercado financiero; i) Preparación tecnológica; j) Tamaño del mercado; k) Sofisticación empresarial; l) Innovación. Al informe World Competitiveness Report 2013-2014 se puede acceder desde el siguiente enlace: http://www3.weforum.org/docs/WEF_GlobalCompetitivenessReport_2013-14.pdf

2 Una explicación sucinta de las reformas económicas implementadas en Latinoamérica, asociadas con el Consenso de Washington, algunos de sus alcances y sus consecuencias, fueron abordadas en una entrada anterior de este blog: TAMBIÉN LA LLUVIA Y EL CONSENSO DE WASHINGTON

3 En alguna oportunidad escribí un artículo en el diario El Nacional, llamado Betty y la Competitividad, donde señalaba la naturaleza dinámica que tienen las ventajas competitivas, las cuales se pueden ganar, pero también se pueden perder, al cambiar las condiciones del entorno interno de la industria o del contexto externo. El éxito internacional arrollador de la novela colombiana Yo soy Betty, la fea, a inicios del siglo XXI, me permitió analizar el descenso de la competitividad de las telenovelas venezolanas, un hecho cumplido al cabo de muy poco tiempo, frente al ascenso, especialmente desde finales de la década de los noventa y que todavía se mantiene, de la industria de las telenovelas de Colombia.

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ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS Y LA NEUROECONOMÍA

eterno resplandor de una mente En la novela Una sombra ya pronto serás (1990, Editorial Sudamericana), del escritor argentino Osvaldo Soriano, un personaje apuesta sus recuerdos cuando se queda sin dinero en un juego de cartas; si pierde la partida pierde el recuerdo. A veces me pregunto, de tocarme la disyuntiva de tener que elegir quedarme solo con algunos recuerdos de mi vida, ¿con cuáles me quedaría?, ¿cómo valoraría cada recuerdo? Creo que algunos recuerdos perdidos en algún recoveco de mi inconsciente no contarían para este inventario, aunque están divagando por allí, condicionando los trasuntos de mi vida. Creo también que los recuerdos elegidos no serían exactamente la experiencia vivida, serían, hasta cierto punto, imaginados, re-elaboraciones de mis vivencias.

La inquietante película del 2004 Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind) dirigida por Michel Gondry y estelarizada por Jim Carrey y Kate Winslet, desarrolla un argumento que se pasea por estas interrogantes, por estas presunciones. ¿Qué sucedería si tenemos la posibilidad de borrar algunos de nuestros recuerdos? Joel y Clementine se conocen en un tren, pero ninguno de los dos sabe que en realidad ya se conocían de un tiempo anterior. Habían sostenido una apasionada y conflictiva relación que los llevó, primero a la impulsiva Clementine y luego a Joel, a acudir a una empresa especializada en borrar recuerdos. Clementine parece haber borrado completamente de su memoria a Joel, pero es una apariencia, en lo muy profundo, su memoria sigue evocando su vivencias junto a él. Por su parte, Joel, en el mismo momento en que está siendo sometido al proceso de borrado de sus recuerdos de Clementine, se arrepiente, e intenta por todos los medios detenerlo. El film discurre por los dilemas que plantea tener la potestad de anular, literalmente, a una persona de nuestra vida, a la vez que propone interesantes reflexiones acerca de la complejidad de las relaciones humanas.

¿Qué tiene que ver todo esto con la economía? En principio, el simple hecho de que exista una clínica con el servicio de borrado de recuerdos: la oferta; que atiende clientes con la necesidad o el deseo de borrar algunos de sus recuerdos: la demanda, nos pone ante un hecho económico conocido: la existencia de un mercado para un bien o servicio. Por absurdo que parezca, no creo que la película ande desencaminada al plantear la posibilidad de que en un futuro alguna empresa ofrezca este tipo de servicio; tampoco es descabellado pensar que existirán personas dispuestas a pagar por anularse ciertos recuerdos. En uno de los programas de la serie de TV Redes, dirigida por Eduard Punset, llamado Manipular el cerebro, se especula sobre esta posibilidad. En un futuro una persona podrá cambiar a conveniencia su comportamiento sometiéndose a un tratamiento de modificación de su actividad cerebral. Los tratamientos serán algunos de los ya conocidos en el presente (perfeccionados): suministro de fármacos e intervención de cirugía, pero especialmente se utilizará una nueva técnica neurológica, no invasiva, que apenas se vislumbra en su potencial médico: la “estimulación magnética transcraneal”.1

Resta saber es cuándo esta “idea de negocio” será completamente factible desde el punto de vista científico y técnico y si resultará rentable financieramente. La factibilidad científico-técnica descansa en gran parte en los adelantos que van logrando las neurociencias, varias disciplinas que llevan el liderazgo en las investigaciones relacionadas con el funcionamiento del cerebro. Nuestro cerebro tiene una enorme plasticidad, no es inmutable y es moldeado por el entorno. A partir de allí, los neurocientíficos intentan conocer cada vez más acerca de sus respuestas ante diferentes estímulos del entorno. Para ello utilizan resonancias magnéticas y programas informáticos que revelan, en imágenes, en electroencefalogramas, la activación y desactivación de las redes neuronales, las señales ocultas en las regiones cerebrales.

Un campo particularmente prometedor ha sido la investigación alrededor de cómo funciona el cerebro cuando las personas toman decisiones económicas: comprar, negociar, invertir. Y es en este ámbito donde se ha incorporado, en los últimos años, una nueva disciplina de la ciencia económica: la neuroeconomía. Con el apoyo de las neurociencias y de una disciplina afín, la economía conductual, mediante el uso de sofisticados modelos matemáticos, como los empleados en teoría de juegos, y el diseño de experimentos, la neuroeconomía intenta comprender las bases neurológicas y sicológicas que subyacen en las decisiones económicas.

La neuroeconomía parte de la misma premisa básica de la economía conductual: más allá de lo que señala la teoría económica convencional, los agentes no son completamente racionales a la hora de tomar decisiones que afectan su bienestar, sus ingresos, sus inversiones. No son robots programados que poseen toda la información disponible, ni pueden realizar cálculos perfectos sobre todos los costos y beneficios implicados en las decisiones que buscan maximizar la utilidad o el beneficio. Estas decisiones son influenciadas por sesgos cognitivos e incluso por sus emociones.2

Creo que la neuroeconomía se comprende un poco mejor describiendo algunas de las investigaciones llevadas a cabo por los “neuroeconomistas”. Una de ellas se refiere a un experimento realizado con la finalidad de saber cómo enfrenta el cerebro las decisiones que suponen situaciones ambiguas, aquellas donde no se conocen las probabilidades de ocurrencia y la información pertinente es incompleta. Los resultados revelaron que los problemas de decisión donde las probabilidades están claras, no se procesan en las mismas regiones del cerebro donde se procesan los problemas inciertos. Este tipo de investigación arroja una nueva perspectiva de análisis acerca de cómo actúan los individuos frente al riesgo y la incertidumbre y puede iluminar aspectos hasta ahora desconocidos sobre las decisiones tomadas en situaciones reales de turbulencia de los mercados financieros o de crisis financiera.

En otro experimento, dos jugadores A y B tienen que decidir cómo repartirse 10 dólares. A hace una oferta a B y éste puede aceptarla o rechazarla. Si la acepta, se reparten el dinero acordado, si la rechaza, ninguno de los dos recibe nada. La racionalidad económica dice que por mínimo que sea el ofrecimiento de A, el jugador B tendría que aceptarlo, pues estaría en una situación monetaria mejor que antes, algo es mejor que nada. Pero el caso es que, al menos experimentalmente,  ofrecimientos por debajo de los tres dólares eran rechazados por B, prefiriendo penalizar al jugador A. Cuando B aceptaba, las imágenes revelaban la activación de una región cerebral asociada con el pensamiento deliberativo; cuando rechazaba, se activaba la ínsula, ubicada en la región cerebral relacionada con emociones de “conflicto” y “disgusto”, la cual terminaba por imponerse sobre la otra región cerebral activada, la del pensamiento deliberativo.

Otras investigaciones dignas de mencionar están relacionadas con el llamado neuromarketing. Aunque, en estricto sentido, no forma parte de la neuroeconomía, esta disciplina también explora la actividad cerebral manifestada frente a determinados estímulos, en este caso, cuando las personas reciben publicidad. Aparentemente, es factible influir en las decisiones de compra de los consumidores a través del neuromarketing, por lo que cada día son más las compañías de clase mundial dispuestas a invertir en sus estudios y aplicaciones. Uno de estos estudios originó el libro Compradicción (2008, Editorial Norma) de Martin Lindstrom. Este gurú de la publicidad a nivel global se asoció con neurocientíficos para indagar sobre la actividad cerebral generada en personas sometidas, mediante experimentos controlados, a mensajes publicitarios directos e indirectos. El interés del estudio radicaba en comprender un poco mejor los mecanismos neurológicos que impulsan a los consumidores a comprar determinados productos y a rechazar o desdeñar otros.

Los resultados mostraron que ciertas imágenes publicitarias activan una región cerebral donde se ubica el núcleo accumbens, un conjunto de redes neuronales responsables de sensaciones y emociones como la gratificación anticipada y la inmediata, donde también se localiza el “punto del ansia”, vinculado con las adicciones. Un descubrimiento interesante de este estudio se refiere a lo que sucede en el cerebro cuando las personas se enfrentan a la decisión de comprar un artículo de una marca de lujo. El caso es que se activan dos regiones simultáneamente: la de la gratificación anticipada y el cíngulo anterior, asociada a la resolución de conflictos. El cerebro del individuo manifiesta el placer que le proporcionaría tener el artículo, pero también reacciona planteándole el “conflicto” que supone su alto precio. Si los consumidores observan los mismos artículos con un significativo “descuento” la señal de conflicto disminuye, la cual termina dominada por la de gratificación anticipada.

Sería interesante averiguar el tipo de respuestas del cerebro si los grupos de control del experimento se dividen por género: hombres y mujeres. Yo tengo una presunción de cuál es el género en el que las neuronas de conflicto bajan la guardia primero. Pero mejor me la guardo para mí, no vaya a ser que mi mujer se disguste cuando lea esta entrada.


1 Aunque esto sea simple especulación futurista, me pone a pensar que si hace un siglo atrás a una persona le hubieran dicho que en un futuro mujeres y hombres se implantarían senos y glúteos artificiales, probablemente se habría reído de la incredulidad. El programa mencionado se puede ver accediendo al siguiente enlace: http://www.redesparalaciencia.com/58/redes/redes-1-manipular-el-cerebro

2 Dos introducciones a lo que es la neuroeconomía y la economía conductual, la proporcionan dos artículos escritos por destacados investigadores de estas disciplinas, a los cuales se puede acceder en los siguientes enlaces: http://www.hss.caltech.edu/~camerer/JELfinal.pdf  y   http://authors.library.caltech.edu/22029/1/ribe239%5B1%5D.pdf

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DIAMANTE DE SANGRE Y LA MALDICIÓN DE LOS RECURSOS (Y II)

En la entrada anterior: DIAMANTE DE SANGRE Y LA MALDICIÓN DE LOS RECURSOS (I) describimos un par de dimensiones de este fenómeno económico. Primero, la de aquellos países ricos en recursos naturales que no logran aprovechar la ventaja que les brinda exportar un recurso valioso para salir de la trampa de la pobreza en la que están sumidos. Segundo, naciones con abundancia de recursos que no logran crecer, comparativamente, al ritmo de otros países que no los poseen en abundancia. También se mencionó que, según un estudio, más allá de las diferencias políticas, económicas, culturales, existentes entre un grupo de países exportadores de petróleo, su comportamiento frente al boom de ingresos de los años setenta fue muy parecido; implementaron políticas económicas distorsionadas que significaron desaprovechar la abundancia, reflejándose en un relativamente largo periodo de desempeño económico mediocre.

También se dejo entrever que no todos los países con recursos naturales abundantes sufren la maldición de los recursos. Son las condiciones políticas, económicas e institucionales, subyacentes a la explotación y exportación del recurso, las determinantes de si la maldición se manifestará o no. Un artículo del 2006, escrito por Roland Hodler, denominado The curse of natural resources in fractionalized countries, se acerca a una de las posibles interpretaciones de por qué la maldición de los recursos ocurre en algunas naciones y en otras no.1 El autor desarrolló un modelo para demostrar empíricamente que las naciones donde los grupos de poder que luchan por el control político y económico del recurso están muy fraccionados, los efectos directos positivos sobre el ingreso per cápita tienden a ser mucho más bajos, comparativamente, que los efectos sobre el ingreso en las naciones donde la sociedad es más homogénea y la actividad económica está más articulada alrededor de la explotación y exportación del recurso. Las disputas políticas por el control del recurso en países “fraccionados” suponen la merma de las demás actividades productivas y el debilitamiento institucional; todo lo cual conlleva a una disminución de la inversión y una caída de la productividad.

Venezuela es un país que se presta para el análisis de la maldición de los recursos, o, si se prefiere, la paradoja de la abundancia, porque la producción y exportación de petróleo ha condicionado y ha sido condicionada por variables políticas, económicas y por el marco institucional, desde que esta actividad económica se hizo relevante para el país, entre 1910 y 1920. Esta indagación cobra más sentido al considerar a la economía venezolana como una economía “rentística”. Explorar la paradoja de la abundancia adquiere un significado adicional al constatar que la economía venezolana ha experimentado durante largos periodos dos efectos regularmente asociados con esta paradoja: la llamada “enfermedad holandesa” y el incremento del endeudamiento fiscal.

Antes de abordar someramente el análisis de estos tres aspectos, conviene poner en una perspectiva comparativa sencilla lo que ha ocurrido con el crecimiento de la economía venezolana en los últimos treinta años. El ingreso por habitante de Venezuela, medido por el método de paridad de poder adquisitivo (PPA), era de 5.540 dólares en 1980, siendo el más alto entre los países de América Latina, similar al de Portugal (5.260 dólares) y solo un poco menor al ingreso de España (6.750 dólares). Corea del Sur, una economía sin recursos naturales de exportación, tenía un ingreso de 2.340 dólares y Chile, una economía exportadora de cobre, tenía un ingreso de 2.240 dólares, con referencia al mismo año. En el 2012, la diferencia en el nivel de ingreso de Venezuela con respecto a estos dos países se había revertido completamente. Mientras el ingreso por habitante (PPA) de Venezuela alcanzó ese año 13.120 dólares, los ingresos respectivos de Corea del Sur y Chile fueron de 30.970 dólares y 21.310 dólares.2 Corea del Sur ilustra perfectamente a lo que aludía Paul Samuelson para el caso de Japón, señalado en la entrada anterior, respecto a los países sin recursos naturales que, no obstante, han hecho todas las tareas requeridas para alcanzar su desarrollo económico. Por su parte, Chile se ha convertido en la economía con mayor ingreso por habitante de América Latina.

La condición rentística de la economía venezolana, asociada a la producción y explotación del petróleo, ha sido estudiada principalmente por el economista venezolano Asdrúbal Baptista. En su libro Teoría económica del capitalismo rentístico (1997, Ediciones IESA) desarrolló un modelo teórico básico de análisis y en trabajos posteriores ha expuesto las características fundamentales de la economía venezolana como una economía rentística.3 Para Baptista, los ingresos que recibe Venezuela por la exportación del petróleo constituyen una “renta”, en la medida que su magnitud no guarda relación con el esfuerzo productivo en capital y trabajo requerido para producirlo internamente, es un excedente producido en el resto del mundo que el país capta en virtud de poseer el recurso. La propiedad sobre el recurso en manos del Estado supone que la renta se convierte en un mecanismo de redistribución de ingresos hacia los diferentes estamentos de la sociedad. Por tanto, ha sido la capacidad política e institucional para acceder a ella lo que históricamente ha configurado el reparto de esa renta.4

La dinámica de la renta petrolera ha generado un patrón de acumulación del capital y crecimiento económico dependiente de los shocks externos, favorables y desfavorables. A su vez, esta dinámica ha estado condicionada por el peso relativo del ingreso rentístico y la capacidad de absorción de dicho ingreso, relacionado con el tamaño de la economía venezolana. La renta alienta el desarrollo de la base productiva, al destinarse en alguna medida a la inversión, pero, siendo la capacidad de absorción limitada por el estrecho tamaño del mercado nacional, la otra posibilidad de ampliar la base productiva es mediante la diversificación de las exportaciones. No obstante, la renta también estimula la sobrevaluación del tipo de cambio, incrementándose las importaciones y mermando las exportaciones de bienes diferentes al petróleo.

Este efecto perverso de la renta, el cual ha ocurrido generalmente en periodos de un boom de ingresos petroleros, es la enfermedad holandesa. La sobrevaluación del tipo de cambio, al abaratar las importaciones y encarecer las exportaciones de los bienes no petroleros, especialmente los manufacturados, produce un sesgo anticompetitivo para los demás bienes transables, al mismo tiempo que genera un sobredimensionamiento del sector de bienes y servicios no transables.5 Esta situación ha derivado en un proceso de des-industrialización, cuyo costo para la economía venezolana ha sido, entre otros, padecer de un bajo nivel de diversificación productiva y un bajo nivel de productividad de los sectores económicos distintos al sector petrolero.

Por su parte, en periodos de auge de los ingresos petroleros, los gobiernos de turno se han dado licencia para incrementar significativamente el gasto público, lo cual ha supuesto incurrir en un alto endeudamiento fiscal cuando dichos ingresos han disminuido. En algún sentido, la conseja que se desprende de la teoría del ingreso permanente de Milton Friedman: ajustarse a un shock permanente, financiar un shock transitorio de los ingresos, ha sido mal interpretada por el petro-estado venezolano.6 En Venezuela, los periodos de shocks de mayores ingresos petroleros los han asumido los gobiernos como si fueran ingresos permanentes y, por tanto, se ha promovido un mayor nivel de gasto público pro-cíclico. Cuando el mayor ingreso petrolero se ha revelado transitorio, ha sido muy difícil revertir la situación del mayor gasto público, por lo cual se ha recurrido al endeudamiento interno y externo. Sin embargo, también se ha observado la paradoja de ser precisamente en los periodos de auge de los ingresos petroleros donde se ha registrado un importante nivel de endeudamiento.7

Una solución de compromiso, creada por algunos países que reciben ingresos extraordinarios por la exportación de sus recursos, ha sido fomentar un fondo de ahorro para estos ingresos, bajo el supuesto correcto de que son transitorios, de manera de contar con dichos ahorros cuando merme el flujo de ingresos y así poder contrarrestar la fase recesiva del ciclo económico. Al respecto, Chile tiene un fondo de ahorro, producto de sus ingresos por exportaciones de cobre, de alrededor de 23.000 millones de dólares, mientras que Noruega cuenta con un fondo de ahorro, derivado de sus ingresos por exportaciones de petróleo, cercano a 740.000 millones de dólares. Otros países exportadores de petróleo, como Emiratos Árabes y Arabia Saudita, cuentan con fondos de 627.000 millones y 500.000 millones de dólares, respectivamente. Además, estos fondos soberanos obtienen rendimientos al ser colocados como inversión financiera.

El gobierno venezolano creó en 1999 un fondo de ahorro de este tipo, el fondo de estabilización macroeconómica, pero su mal manejo administrativo llevó a distorsionar su finalidad y actualmente se encuentra prácticamente inoperativo. No es casualidad que, al no contar con un fondo de ahorro efectivo, la economía venezolana exhiba una gran volatilidad en cuanto al crecimiento de su PIB. Por lo demás, las políticas fiscales, monetarias y cambiarias distorsionadas también han impelido hacia una mayor volatilidad macroeconómica.

En el libro El Caso Venezuela: una ilusión de armonía, publicado en 1984 por el Instituto de Estudios Superiores en Administración (IESA), destacados académicos e intelectuales del país ya alertaban sobre las contradicciones, y las nefastas consecuencias avizoradas, de administrar y gestionar ineficientemente la riqueza petrolera. Tres décadas después, esas contradicciones, y la preocupación de que el petro-estado y la sociedad venezolana conviertan la gran cantidad de ingresos con la cual son favorecidos en una maldición, siguen vigentes.

 


1 El artículo fue publicado en European Economic Review, Vol 50, Nº. 6, pp. 1367-1386. A una versión preliminar, del 2004, se puede acceder desde el siguiente enlace: http://www.mgimo.ru/fileserver/2004/kafedry/mirec/konf5_5_2006/7.pdf

2 Los datos mencionados tienen como fuente el Banco Mundial y se puede acceder a ellos en el siguiente enlace: http://data.worldbank.org/indicator/NY.GNP.PCAP.PP.CD?page=6 Por su parte, la relativa postración del ingreso por habitante de Venezuela en los últimos treinta años, en el contexto de los diferentes ciclos de auge y caída de los ingresos petroleros, ha sido analizada, desde una perspectiva académica, en una serie de artículos compilados en el libro Crecimiento Económico en Venezuela: bajo el signo del petróleo, publicado en el 2006 por el Banco Central de Venezuela (BCV). Destacan en este libro, en relación con la discusión sostenida en esta entrada, un artículo de Jeffrey Sachs y Francisco Rodríguez, que explora la hipótesis de la maldición de los recursos para Venezuela y un artículo, escrito por Ricardo Hausmann y Roberto Rigobón, que pretende ser una interpretación alternativa a ésta.

3 A este libro, en la edición del BCV, se accede desde el siguiente enlace: http://www.bcv.org.ve/Upload/Publicaciones/ABaptistateoria.pdf

4 La existencia de una renta, condicionando el desempeño de la economía venezolana, ha supuesto el surgimiento de incentivos para que los agentes económicos, los actores políticos, sociales, gasten recursos en la búsqueda y captura de dicha renta. La teoría conocida como rent-seeking, supone un modelo explicativo de las condiciones que deben prevalecer para que una economía, o una organización económica, propicie este tipo de práctica entre los agentes.

5 Los bienes transables y no transables corresponden a una clasificación de los bienes producidos con relación a la estructura económica. Son bienes transables aquellos susceptibles de comercializarse tanto en el interior del país como a nivel internacional; los no transables solo pueden consumirse dentro de la economía en la que se producen; no pueden importarse ni exportarse. Dos factores básicos determinan la transabilidad o no transabilidad de un bien: 1) los costos de transporte, que crea barreras naturales al comercio, 2) el grado de proteccionismo comercial existente. Los bienes producidos en la agricultura, la minería y la manufactura, son típicamente los más transables; mientras que servicios como electricidad, gas y agua, construcción, transporte y comunicaciones, servicios financieros y de seguros, no son fácilmente transables.

6 Se describió brevemente la teoría del ingreso permanente en una entrada anterior de este blog: MUJER BONITA ENSEÑA ECONOMÍA (Y III).

7 Casi de forma paralela al boom de ingresos petroleros de los años setenta, los gobiernos venezolanos de turno se endeudaron masivamente con gobiernos extranjeros y con la banca internacional, resultado de lo cual Venezuela fue uno de los países que sufrió con mayor intensidad la crisis de la deuda externa latinoamericana de los años ochenta. Por su parte, durante el gobierno de Hugo Chávez (1999-2013)  tanto la deuda pública interna, así como la externa se incrementaron significativamente, incluso, paradójicamente, en años en que se registraron nuevos booms de ingresos por exportaciones de petróleo. Según cifras del BCV, la deuda pública externa, que fue de 23,8 mil millones de dólares en 1998, alcanzó 102,3 mil millones de dólares en 2012, para un incremento de 330%. Todo indica que el actual gobierno seguirá incrementando la deuda pública interna y externa.

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