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A diferencia de las economías de libre mercado desarrolladas que sirven de ejemplo a Sandel, la mayoría de las economías latinoamericanas tienen poco desarrollados sus mercados y las instituciones que los complementan. Esta situación ha supuesto que prolifere la informalidad y los mercados negros o paralelos en un sinfín de actividades económicas. No obstante, la debilidad de los mercados formales no ha resultado un impedimento para que proliferen los mercados en actividades que se vinculan con los bienes y servicios públicos gratuitos o subsidiados, mismos que no deberían ser objeto de mercantilización. De manera que, en general, en América Latina se da la presencia de mercados poco desarrollados junto con la mercantilización de actividades no mercantiles, muy próximas a las que son objeto de crítica por parte de Sandel.
Un caso particularmente paradójico al respecto resulta ser Venezuela, un país con una economía donde no solo no funcionan los mercados, sino que el gobierno aplica políticas dirigidas deliberadamente a hacerlos desaparecer o tener los pocos sectores que funcionan a la manera capitalista muy regulados. Y la paradoja radica en que precisamente lo que sí proliferan son las actividades mercantiles en ámbitos y sectores donde no deberían existir. Un ejemplo entre muchos otros es el que referencia una noticia sobre la venta a altos precios de un tratamiento gratuito de salud pública contra la malaria en el estado Bolívar. Este hecho revela no solo el deterioro progresivo de la salud pública, pues los casos de esta enfermedad se han multiplicado, sino también la mercantilización mencionada, especialmente en actividades que por su naturaleza están llamadas a cubrir necesidades de los más pobres y socialmente vulnerables. En realidad, en el presente son muchos los bienes y servicios públicos que se han convertido en un negocio, uno que deja pingues beneficios a aquellos que, teniendo acceso privilegiado a ellos, los venden y revenden, incentivando la corrupción y el lucro inmoral. Venezuela es, pues, un país con una economía anti-mercado y a la vez con una sociedad de mercado, donde aparentemente todo se puede comprar y vender y donde los más pobres son los que más sufren las consecuencias.
En este estado de cosas, las instituciones dirigidas a complementar y apoyar la emergencia y el desarrollo de los mercados no existen o terminan cumpliendo la función contraria, pues se convierten en las redes burocráticas y en las mafias organizadas que facilitan la mercantilización de bienes y servicios públicos, productos subsidiados y gratuitos. Aún más, la mercantilización tiene otro nivel que alcanza la venta y explotación de activos y recursos naturales valiosos, propiedad de la nación. En general, estas operaciones se dan en unas condiciones que suponen privatizar las ganancias para un grupo privilegiado, al mismo tiempo que se socializan las pérdidas para el resto de la población. Es el desorden burocrático y la corrupción imperante dentro del Estado lo que fomentan e incentivan la mercantilización de estas actividades.
Vinculado con todo esto, me da por recordar la película venezolana “Amaneció de golpe” (1998), basada en los sucesos de intento de golpe de Estado del 4-F de 1992. En una escena de gran tensión, una valiente y honesta periodista, asqueada de la podredumbre política, la corrupción y de la hipocresía social prevaleciente, se ve obligada en plena madrugada del golpe a confrontar a la amante de su marido, a la que le dice irritada: – ¿Tú sabes por qué la gente se está matando allá abajo? ¿Tú quieres saber la verdad?, porque todo el mundo negocia, porque todo el mundo comprende, porque todo el mundo acepta -. 25 años después del 4-F, la revolución bolivariana sigue arrastrando el lastre que supone para el desarrollo la prevalencia de esta situación. Una revolución devenida en sociedad de mercado, donde todo se negocia, todo se compra.