MARX Y LA REVOLUCIÓN COPERNICANA

En la antigua Grecia, el uso de la razón como vía para la explicación de los fenómenos naturales tuvo uno de sus momentos cumbre cuando en el Siglo III A.C el astrónomo Aristarco de Samos afirmó correctamente que la Tierra gira en torno al Sol. Pero fue la explicación del astrónomo de Alejandría Claudio Ptolomeo, en el Siglo II D.C, de una Tierra fija y el Sol moviéndose a su alrededor la aceptada, toda vez que hasta el sentido común dictaba que era sencillo observar como el Sol se desplazaba a lo largo del día. El modelo de Ptolomeo además respaldaba lo que había pensado Aristóteles al respecto cinco siglos antes.

Por razones que no cabe discutir aquí, Aristóteles se convirtió en la autoridad máxima entre los pensadores medievales de la iglesia católica para dirimir los temas referentes a las leyes de la naturaleza. Por cerca de 1500 años el modelo ptolomeo-aristotélico del comportamiento de los astros del cielo, basado en una serie de círculos concéntricos, no tuvo rival. Sin embargo, las observaciones del movimiento de los planetas descubiertos desde el siglo XV no encajaban bien con este modelo geocéntrico, por lo cual hubo que añadir más círculos superpuestos para adaptarlo a los movimientos retrógrados observables en el paso de los planetas. Lo complicado que se volvió el modelo geocéntrico no fue obstáculo para que los sacerdotes de la iglesia católica lo defendieran como un dogma irrebatible, a tal punto que cualquier otra explicación era considerada una herejía y quien la promoviera podía terminar pagando su atrevimiento ardiendo en una hoguera, como le ocurrió a Giordano Bruno en el año 1600.

La avalancha de nuevas observaciones y de teorías acerca del movimiento de los astros celestes provocó, no sin fuertes disputas, una revolución científica que finalmente sustituyó el modelo geocéntrico por uno heliocéntrico. Desarrollado en primera instancia por Nicolás Copérnico a finales del siglo XV y afianzado con los datos astronómicos recogido por Tycho Brahe, las corroboraciones de Galileo Galilei, las elípticas de Johannes Kepler, la revolución copernicana proveyó una teoría mucho más adecuada para explicar unos movimientos que además se confirmaron con las leyes de la física establecidas, entre otros, por Isaac Newton.

La revolución copernicana no ha evitado que en ocasiones la física se vea envuelta en disputas sobre modelos teóricos razonables y coherentes, pero cuya explicación requiere acomodar la teoría a los hechos observables de una manera similar a como ocurría antes de dicha revolución. No obstante, es en el ámbito de las ciencias sociales donde los modelos teóricos y empíricos sufren más el mal de querer acomodar los hechos a la respectiva teoría o modelo. Que no se dejen a un lado teorías que los hechos desacreditan no parece ser un problema para muchos practicantes de las ciencias sociales, entre otras razones porque las teorías sin confirmación empírica cumplen el objetivo de permanecer al servicio de ideologías, postulándose casi como dogmas, convirtiendo a sus defensores ya no en científicos sociales sino en una suerte de sumos sacerdotes protectores de verdades reveladas.

En este sentido, aunque no son las únicas, en algunas interpretaciones del marxismo sobresalen, metafóricamente hablando, algunos rasgos del modelo geocéntrico de círculos superpuestos. Los exégetas y hermeneutas de Karl Marx una y otra vez han acudido a esta estrategia de extender sus teorías más allá de sus límites y de los hechos que las confirman, apelando a interpretaciones ad hoc cuando estas no encajan con lo observado, lo explicado o lo predicho por Marx. Mi ejemplo favorito de esto es la adecuación de la teoría  a la que hubo que acudir para acomodar la predicción de que el socialismo solo podía surgir de un capitalismo maduro al límite de sus contradicciones, pues este capitalismo maduro en el siglo XIX solo era sobresaliente en Inglaterra. Que el socialismo se asentara en un país semi-rural como era la Rusia de inicios del siglo XX supuso un problema de interpretación para los marxistas, subsanado con un ejercicio hermenéutico que al menos satisfizo el entendimiento de la teoría entre ellos mismos.

Esta adecuación se reveló posteriormente de mucha utilidad en la segunda mitad del siglo XX para acomodar las tesis marxistas a la situación de los países subdesarrollados y sus posibilidades de saltarse la etapa de desarrollo capitalista, con la finalidad de arribar directamente a un socialismo sui generis. La idea central, tal como lo expuso de manera sobresaliente desde los años de 1970 el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein en su teoría del sistema-mundo, es que los países capitalistas subdesarrollados no lo eran en el sentido de haber llegado a esta etapa por sí mismos, por su propio proceso histórico, sino producto de la adecuación del sistema capitalista a una lógica dialéctica determinada por una dinámica donde los países desarrollados explotan y saquean los recursos de los países subdesarrollados. Dado que el sistema convierte a los países pobres en capitalistas a la fuerza, los países ricos lo son en virtud  de imponer el capitalismo de una manera que solo los favorece económicamente a ellos.

La teoría del sistema-mundo guarda relación para el caso de América Latina con el modelo  Centro-Periferia, explicado y analizado, entre otros, por el economista argentino Raúl Prebish desde 1950 y está emparentada aún más con la teoría de la dependencia, propuesta originalmente por el sociólogo y ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso en la década de 1960. Posteriormente Cardoso se desvincularía completamente de esta teoría como referente del subdesarrollo latinoamericano.  No obstante, estas tesis encontraron respaldo en los centros académicos y círculos intelectuales de izquierda de toda la región y aún al día de hoy se les sigue invocando como explicación del subdesarrollo, a pesar que los hechos no las corroboran. Pretender que los países latinoamericanos son pobres y subdesarrollados como una consecuencia inevitable para que otras naciones como los Estados Unidos, los países europeos y unos pocos más se enriquecieran y desarrollaran, le hizo mucho daño a las posibilidades de encontrar explicaciones más apegadas a la realidad de los hechos, para auscultar las verdaderas causas del subdesarrollo y las vías de solución a esta problemática.

Los dogmas y posturas inflexibles que, autoritarismo y sectarismo ideológico mediante, asumen los marxistas no parecen vislumbrar ni por asomo la posibilidad que ocurra una revolución copernicana en el seno del marxismo. A pesar de lo pertinente que resultan algunas de las teorías de Marx para explicar el contexto del mundo capitalista globalizado actual, la gran mayoría de los marxistas parecen condenados a ver el mundo en blanco y negro, con unos lentes sesgados y predispuestos sobre los hechos observables. No cabe duda que el nombre de Copérnico siempre estará asociado al inicio de una revolución científica y luego tecnológica que, cinco siglos después, sigue en marcha. Al pensador alemán parece que ni el destino ni la historia le alcanzará para tanto.

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