ESCRIBE QUE ALGO QUEDA

En memoria de mi recordado amigo y colega Enrique Martínez

En los entornos académicos universitarios en los que profesionalmente me desenvuelvo, una de las mayores alegrías de cualquier académico investigador es que lo lean, en lo posible que lo lean profusamente, que lo estudien, comenten y lo citen. Su satisfacción pasa por comprobar que existe interés en sus investigaciones, en sus opiniones, que resulte relevante lo que investiga.

Lo que viene a continuación puede parecer un ejercicio de auto-masaje del ego, por lo cual pido disculpas de antemano si se aprecia así,  pero en realidad, aunque pudiera tener su toque de eso, lo que quiero dejar asentado es que, haciendo un balance en el inicio de este año, me siento orgulloso de mi trabajo académico realizado por dos décadas y media. Por supuesto, soy muy consciente que mi trabajo no ha sido solo mérito mío, a lo largo de mi vida he contado con la ayuda, la consideración y el apoyo de mucha gente sin las cuales mis resultados académicos solo serían una parte de lo que en realidad son. Creo además que, sin desmedro de lo que he conseguido, me puedo esforzar más para obtener mejores resultados y espero en este 2021 materializar ese avance. Lo que escribo más adelante tiene la motivación adicional de dar un consejo a investigadores jóvenes a quienes les atemoriza publicar el resultado de sus investigaciones.

Según la Big Data de academic.edu, una de las tres plataformas académicas internacionales (las otras dos son ResearchGate y eumed.net) donde tengo subidos algunos de mis artículos publicados en revistas arbitradas e indexadas nacionales e internacionales, más los dos libros que tengo publicados hasta ahora (La economía medieval y la emergencia del capitalismo y Aprendiendo Economía con los Simpson) mis trabajos los ven y los descargan personas de un poco más de 60 países. De estos países, paradójicamente no es del mío,  Venezuela, donde más los ven y descargan, ese país es Chile, seguido de México, Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia, Argentina, España, Guatemala, en ese orden. También me leen en los demás países de América Latina y el Caribe, especialmente en Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, Brasil, en Haití y Guyana; además en Norteamérica (Estados Unidos y Canadá).  Junto a España, otros países europeos en la lista son: Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Portugal, Polonia, Serbia, entre otros. De Asia destaco que me leen en Japón, China, Taiwan, Corea del Sur, Singapur. También en Rusia, Australia y Nueva Zelanda y del continente africano en Angola, Ruanda y Guinea Ecuatorial.

El artículo más visto y descargado es del segundo número de la revista  Información Financiera Gerencia y Control, editada por la Federación de Colegios de Contadores Públicos de Venezuela, publicado hace una década, en 2011, cuando era presidente de esa Federación mi amigo y colega Diego Mendoza, quien tuvo la excelente iniciativa y disposición para concebir y editar esa revista arbitrada de nivel internacional. El artículo versa sobre diferentes consideraciones para estimar la tasa de descuento a aplicar en los proyectos de inversión privada en Venezuela, pero cuyas conclusiones son extensibles a los entornos económicos existentes en muchos países, especialmente los latinoamericanos. Creo que en eso radica el relativo éxito del artículo. Aunque ese sea el más visto y descargado, paradójicamente no es mi artículo más citado en otras revistas académicas, eso corresponde a un artículo sobre emprendedores y empresarios, analizados bajo un enfoque de Economía Neo-institucional, publicado en 2002, en el número 2 de la revista Contribuciones a la Economía.

Entre mis metas académicas para 2021 está mantener operativo el blog, conteniendo siempre breves artículos un poco menos formales y más cortos que los escritos para revistas, pero garantizando la calidad de las ideas y de lo escrito. Las entradas en mi blog siempre han supuesto una fuente de opiniones y reflexiones en torno a una gran variedad de temas, sobre todo económicos, pero también políticos, sociales, culturales. Tengo agradecimiento por quien me animó a crear el blog en el 2013, me proporcionó la plataforma para el mismo (eumed.net) e hizo el bonito diseño que exhibe y usted ve en el momento que accede a leer esta entrada, hablo de mi amigo y colega Juan Carlos Martínez Coll. También aspiro a seguir publicando en la estupenda revista española de literatura y crítica literaria Oceanum, dirigida por mi amigo y colega Miguel Ángel Pérez García, y en algunas otras que comienzan a requerir mis artículos. Ahora que el consejo editor de la revista South Florida Journal of Development  de South Florida University me ha invitado a publicar en inglés un artículo mío (Uso de películas y series de TV en la enseñanza-aprendizaje de la Economía) igualmente espero que ese tipo de experiencia se  repita con otras universidades norteamericanas. Otra meta es publicar más con pares académicos y un compromiso que tengo con mi hijo es al menos adelantar en la escritura del libro de Economía que estoy elaborando.

Hablaba de dar un consejo a los investigadores nóveles de Venezuela y Latinoamérica y este es que se atrevan a escribir sobre sus investigaciones, que pierdan el miedo a que sus trabajos sean rechazados, que se tengan confianza, pues pueden estar esperándolos muchas sorpresas agradables en torno a publicar. Mi mensaje es entonces “Escribe que algo queda”.

icovarr@ucla.edu.ve

Publicado en Sin categoría | Comentarios desactivados en ESCRIBE QUE ALGO QUEDA

LA ECUACIÓN DE LA VIDA

“El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres.”

Arthur Rimbaud

El reciente fallecimiento de mi padre, el pasado 26 de diciembre de 2020, día muy cercano al de los inocentes, fecha que desde el 2007 mis recuerdos evocan muy sentidamente la partida de mi madre, me ha hecho pensar en lo que es ahora mi orfandad absoluta, una que me dice que la muerte siempre es y será consustancial a la vida. En el libro que forma parte de sus memorias llamado Una muerte muy dulce, Simone de Beauvoir reflexiona precisamente sobre la agonía y muerte por una enfermedad terminal de su madre, asintiendo que: “Es inútil pretender integrar la muerte a la vida y conducirse de manera racional frente a algo que no lo es: que cada uno se las arregle a su manera en la confusión de sus sentimientos”. Y un poco confundido como estoy frente a mi orfandad, solo logro esbozar que debo arrear con el dilema existencial particularísimo que significa para mí. Aproximándome al asunto de los dilemas existenciales recordé que conversando con una amiga me dijo que su pareja ideal era alguien que no los tuviera. En respuesta, le sugerí que fuera a buscarla al cementerio, porque la única manera de no tenerlos es no estar vivo.

Como aún respiro y sueño, se me ocurrió escribir unas líneas sobre los dilemas existenciales, pero apenas comencé a elucubrar sobre ello constato que me topo con un muro casi infranqueable. Se han escrito tan buenos libros sicoanalíticos, filosóficos, literarios al respecto que mis líneas quedarían muy al margen de la profundidad exigida por el tema. Entonces opté por darle un giro a la cuestión, enfocándome más bien en los problemas que se pasean por nuestras vidas, algunos de los cuales a veces nos desbordan y se vuelven ellos mismos verdaderos dilemas existenciales. Y en ese tono más ligero es que escribo lo que sigue.

Con el pasar del tiempo en nuestra vida, uno va cayendo en cuenta que somos en parte el resultado de problemas que fuimos resolviendo, problemas que resolvimos satisfactoriamente, mientras que también en parte somos el resultado de problemas que intentamos resolver y no pudimos, que nunca resolvimos o solo lo logramos a medias, por lo cual el problema persistió, quedó latente, solo que, como si fuese un bote de goma a punto de zozobrar en el mar, el problema se intentó tapar con parches, reflejo de la autocomplacencia, el autoengaño, las justificaciones o excusas con que lo encubrimos. Por otro lado, más a menudo de lo que se supone, se sufren problemas de los que no se toma conciencia nunca, problemas que, teniéndolos, se pasa de largo de ellos porque no los vemos, no los percibimos y, por tanto, es como si no existieran en nuestras vidas, aunque nos afecten perturbadoramente a nosotros y a quienes nos rodean.

A los problemas resueltos y a los irresolutos los podemos colocar a ambos lados de lo que podríamos llamar, un poco pomposamente, la ecuación de la vida. Al comparar ambas partes de la ecuación podríamos poner el signo “mayor que” en una de ellas (convirtiéndose así en una inecuación). Qué parte se impone sobre otra es un asunto complicado de sopesar, de valorar, porque depende tanto de nuestra voluntad, carácter, inteligencia, así como de nuestras experiencias vividas. También depende de la suerte, aunque soberbiamente nos neguemos a aceptar que nos topamos todo el tiempo con la buena o la mala suerte. Siendo azarosa, la suerte tanto nos puede resolver un problema así como causar otro, aunque pensemos que Dios no juega a los dados. La  ecuación de la vida es, naturalmente, dinámica, cambia sus factores y sus valores con el tiempo, cambiando también la percepción y el peso específico que le damos a nuestros problemas. Algunos problemas comienzan con un desarreglo que se logra ordenar, luego, por diversas razones, se puede volver a desordenar y allí ya estamos enfrentando es un problema dialéctico o, según el caso, gatopardiano, de esos donde cambia todo para que al final no cambie nada. Y el asunto se vuelve más complejo si entendemos que no necesariamente el todo es igual a la suma de las partes en la ecuación de la vida, pues intuimos de sobra que en ella no siempre dos más dos son cuatro.

Y así vamos, como unos matemáticos inexpertos y un poco desorientados, pero creativos e ingeniosos, satisfechos y felices por lo que nos aportan los problemas resueltos, pero también pidiendo anhelantes al cielo que los problemas que nunca resolvimos o no podemos resolver dañen tanto el valor final de la ecuación de la vida que la hagan insufrible o irreparable.

 

Publicado en Sin categoría | Comentarios desactivados en LA ECUACIÓN DE LA VIDA

LA MONEDA DE DIEZ YENES (EL VIAJE DE UN LECTOR IMPENITENTE)

Son las 10.00 P.M del jueves 31 de diciembre y leo la última línea de Una temporada en el infierno, el famoso poema que representa el único libro escrito en solitario por el poeta francés Arthur Rimbaud. Es el penúltimo de la meta de libros que me he exigido leer al año y he cumplido a cabalidad desde hace seis. El año 2020 no sería la excepción, pero por la cortedad del tiempo y tratándose de un día donde se presentan tantas distracciones, había decidido de antemano cerrar la lista releyendo un libro de Haikus que a lo sumo me llevaría cuarenta minutos leer.

Voy a la biblioteca y busco donde tengo los libros de literatura japonesa el mencionado de Haikus, cuando de golpe recuerdo que una vez lo presté y nunca me lo devolvieron. Mi hijo Gabo se entera de la situación y lo involucro en el dilema de buscar ese último libro de lectura del año.  Le pregunto si escuchar un audio libro de unos cuarenta minutos que es ya el máximo tiempo del que dispongo valdría como lectura final. Gabo me advierte: “No papá, eso sería trampa”, entusiasmado de ser el árbitro de mi circunstancia, pues es sabido que a los adolescentes les encanta hacer el papel de jueces de sus padres. Entonces Gabo llega con uno de su propia biblioteca y sin quitarse una sonrisa pícara del rostro me dice “Toma papá léete este”. El libro tiene unas 30 páginas y se llama Me casaré con la maestra, una historia para niños de seis o siete años que seguramente se lo compré cuando estaba en primer grado. Y entonces soy yo quien piensa que eso sería trampa.

El tiempo corre, son las 10:30 y decido que la solución es leer uno de los tantos libros digitales que tengo y se adapte a mi circunstancia, pero nuevamente Gabo hace de aguafiestas y me dice: “¿Y si se va la luz? Estamos en Venezuela, papá” y asumo que tiene razón, sería un riesgo. Ya medio desesperado regreso a la biblioteca y tomo uno de poesía japonesa de varios autores. No recuerdo si el libro me gustó o no, pues lo leí hace mucho tiempo, pero constato que se adapta perfectamente a mis propósitos. Le comento a Gabo que finalmente leeré ese, pero me dice que no cree que un libro releído cuente para lograr la meta. Entonces le explico algo que él todavía no entiende por su corta edad, le digo que cuando releemos un libro siempre somos ya otra persona y es otro el libro, a veces muy distinto al que leímos la primera vez.

11.30: Leo el último verso del último poema y me doy por satisfecho con el deber cumplido. Resultó que el poema que más me gustó la primera vez es el mismo que me gusta más con la relectura. Es del poeta Shuntaro Tanikawa y se llama La moneda de diez yenes, habla de un muchacho que tiene una última moneda de diez yenes y quiere darle un uso especial, no gastarlo en dulces o llamando por teléfono a algún amigo. Entonces avista estacionado en la calle un soberbio auto de lujo, “Altivo como una bella mujer” y con el canto de la moneda raya su pulida e impecable carrocería. Luego tira la moneda hacia el tráfico de la calle atestada de gente. Le leo el poema a Gabo y coincidimos en que es raro, un poco perturbador, pero hermoso, también que ha sido una estupenda manera de finalizar el año en mi extraordinario viaje de lector impenitente.

 

 

Publicado en Sin categoría | Comentarios desactivados en LA MONEDA DE DIEZ YENES (EL VIAJE DE UN LECTOR IMPENITENTE)