MI SALUDO DE FELIZ NAVIDAD!

Hay una historia interesante de fines de 1941 o principios de 1942 en la época de la ocupación Nazi de París. Un niño judío, obligado a llevar en su ropa la estrella de David para identificarlo, se retrasa del toque de queda de las seis de la tarde que deben cumplir los judíos sin dilación. El niño se olvidó de la restricción porque estaba distraído jugando con unos amiguitos cristianos. Cuando se da cuenta de lo tarde que es, un poco nervioso, se pone su suéter al revés, de manera que no se note la estrella que porta y así poder caminar con seguridad las cuadras que lo separan de su casa. Pero mientras camina lo más rápido que puede, un soldado alemán de la SS que estaba en la acera de enfrente de la calle lo mira pasar y lo llama. El niño no puede hacer otra cosa que obedecer, y una vez frente al soldado, este lo alza y lo abraza, mientras el niño, aterrorizado, ruega a Dios que no lo descubra. El soldado le habló con gran emoción en alemán, le enseñó la foto de su hijo y le regaló algo de dinero antes de dejarlo seguir su camino.

Quien cuenta esta historia real de su niñez, un verdadero milagro, pues sólo pensar en la posibilidad de que el soldado descubriera que era un niño judío lo lleva a imaginar un destino terrible para él y su familia, se llama Daniel Kahneman y es una persona brillante, es Premio Nobel de Economía. Actualmente se dedica a investigar cómo se puede mejorar el bienestar de la gente, qué hace feliz a la gente.

Esta es una historia que en su milagro encarna la historia de otro niño judío, el Niño Jesús, cuyo nacimiento la tradición cristiana festeja el 24 de diciembre. El nacimiento del Niño Jesús es el milagro de salvación que evoca, seamos creyentes o no, los sentimientos más puros del ser humano y nos habla de su fragilidad ante la vida. Nos rememora que el amor, la unión familiar, la generosidad y el perdón existen como sentimientos nobles y la Navidad nos convoca cada año para expresarlos de la mejor manera que podamos.

Escribo esto para hacerles llegar mis mejores deseos de amor, paz, unión, a ustedes y sus familias. Que tengan todos una ¡FELIZ NAVIDAD!

 

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LOS SIMPSON, RACIONALIDAD ECONÓMICA Y ECONOMÍA DEL COMPORTAMIENTO

No me canso de señalar las grandes posibilidades de aprender y enseñar economía que brinda la literatura, las películas y las series de TV, incluso las de dibujos animados, como ocurre con la más famosa y con treinta años de vigencia: Los Simpson, algo que además ya ha sido destacado en artículos de prestigiosas revistas académicas y en libros [1]. En general, me hago eco de una frase del psicólogo y economista del comportamiento Dan Ariely, que en una oportunidad señaló que si los seres humanos fuésemos personajes de comics seríamos más parecidos a Homero Simpson que a Superman. Mi libro Aprendiendo economía con Los Simpson, publicado en 2011, refleja en gran parte esta percepción o creencia [2].

Para refrendar lo señalado, analizaré brevemente el supuesto de racionalidad del homo economicus postulado por la corriente principal de la economía, supuesto que le brinda justificación y fundamento a sus teorías y a sus modelos de explicación y predicción. Se basa en asumir que los individuos toman decisiones económicas perfectamente coherentes con sus motivaciones e intereses, sirviéndose y procesando toda la información disponible, buscando optimizar los resultados de sus decisiones y acciones, llámense estos maximizar los beneficios, minimizar los costos o incrementar su nivel de bienestar. Por lo demás, cuando las decisiones y acciones optimizadoras se interrelacionan en los mercados libres, estos funcionan eficientemente, como si fueran conducidos por una “mano invisible” hacia el mejor de los resultados posibles para todos los agentes económicos participantes. Ampliaré un poco más el tema usando una situación y una conducta del personaje de Los Simpson “Encías sangrantes Murphy”, un músico de jazz amigo de Lisa Simpson.

En el episodio Por la ciudad de Springfield -N° 125, abril, 1995- Murphy está enfermo e internado en el hospital de Springfield. Lisa está en el hospital, pues Bart ha sido operado de apendicitis por haber tragado en el desayuno una rueda de metal dentada que venía en el cereal fabricado por la empresa de Krusty el payaso. Para su sorpresa, después de mucho tiempo, Lisa encuentra a Murphy y departe con él un rato tocando el saxofón, además de indagar un poco sobre su vida. Encías sangrantes le cuenta su accidentada carrera como jazzista, revelándole que llegó a sacar un único disco al mercado llamado Sax on the Beach que fue un éxito y le permitió ganar una buena cantidad de dinero. Unos días después Lisa regresa al hospital a visitarlo y le comunican que Murphy ha muerto. Ella decide rendirle un homenaje promoviendo que sus interpretaciones sean radiadas en una pequeña estación de Springfield. El problema es que en la emisora no tienen su disco. Lisa lo busca por la ciudad y lo encuentra en la tienda de comics. El disco tiene un precio de 250 dólares, pero al enterarse el dueño de la tienda, Jeff Albertson, que encías sangrantes murió, sube el precio hasta los 500 dólares.

En principio pareciera absurdo que Jeff eleve el precio del disco en un 100% sin otra razón que la muerte del músico. No obstante, un economista puede explicar que lo que hace Jeff es adelantarse al probable comportamiento del mercado: un incremento de la demanda de un producto que no tendrá más oferta, lo cual generará casi con seguridad un incremento del precio. Claro que el disco se puede reproducir millones de veces, tantas como haya gente dispuesta a demandarlo, a adquirirlo, pero lo que ya no se podrá hacer es que encías sangrantes produzca otro disco. Podemos considerar que el producto musical llamado encías sangrantes Murphy representa una oferta perfectamente limitada.

En el mundo real del mercado del arte, la literatura y el espectáculo esto suele suceder a menudo con los productos –pinturas, novelas, canciones, películas- de sus famosos autores que o bien han muerto o bien se han retirado para siempre. La oferta es por tanto relativamente rígida en respuesta a una demanda que se puede incrementar constantemente; en esta situación lo que sucede en el mercado es que el precio del producto aumenta, a menudo considerablemente. En los mercados de subastas de productos únicos e irrepetibles, como puede ser una obra de arte, pero también una prenda de vestir y hasta una parte del cuerpo de un famoso –un diente de John Lennon, por ejemplo- el precio subirá tanto como esté dispuesto a pagar el comprador que valore más ese producto. Como la oferta es completamente insensible el aumento del precio, lo que los economistas denominamos elasticidad precio perfectamente inelástica, la posibilidad de que el aumento del precio incremente los ingresos, las ganancias, para los herederos o compañías que comercializan los productos de famosos que ya no están son significativas. Es esto lo que explica el fenómeno de que algunos artistas generen cada año, paradójicamente, más ingresos muertos que incluso cuando estaban vivos. Los casos, entre otros, de Michael Jackson, Elvis Presley, Bob Marley, Marylin Monroe, John Lennon, lo confirman.

Murphy le confiesa a Lisa que gastó todo su dinero comprando los famosos y costosos huevos fabergé, para luego destrozarlos lanzándolos contra un muro. Nuevamente, cualquiera señalaría la conducta de Murphy como absurda, pero un economista le advertirá no sacar conclusiones tan rápido. El modelo de racionalidad económica descansa en un supuesto que, además de considerar la restricción impuesta por el ingreso o por los costos de una decisión, también incorpora, sobre todo en las decisiones de consumo, la subjetividad del individuo. Se supone que una persona es capaz de identificar sus propios gustos y preferencias en sus decisiones en aras de maximizar su utilidad –llámese esta placer, satisfacción, felicidad- o su nivel de bienestar. La teoría económica y sus modelos no toman en cuenta lo apropiado o inapropiado de los gustos y preferencias de los individuos, sino su capacidad de ser coherentes en sus elecciones. Desde esta perspectiva, a la hora de elegir, con la información disponible, los agentes económicos: i) prefieren más que menos; ii) identifican que prefieren A en vez de B; iii) si prefieren A en vez de B y B en vez de C, entonces prefieren A en vez de C. Por ello, el análisis de las decisiones del comportamiento económico racional es tan válido y aplicable a un individuo que expresa preferir la carne de perro a la de gato, así como las de un individuo “normal” que señala preferir el pescado al bisteck.

Con relación a lo anterior, los Premio Nobel de Economía Gary Becker y George Stigler escribieron un artículo en 1977 llamado De Gustibus non est Disputandum, donde subrayan que no tiene sentido discutir sobre los gustos y las preferencias de los consumidores, pues cualquier conjunto de preferencias es tan bueno como cualquier otro. Según ellos, contrario a lo que se podría pensar, los gustos no cambian caprichosamente ni difieren sustancialmente de unas personas a otras [3].

Por su parte, en un estudio de Kevin Murphy y Gary Becker, de 1988, llamado A Theory of Rational Addiction se sugiere que algunas adicciones de las personas pueden ser explicadas dentro del modelo de racionalidad económica. La adicción a los cigarrillos, el alcohol o las máquinas de juego, suponen individuos que calculan inconscientemente que el placer obtenido de su adicción es superior a los costos de dolor, pena, vergüenza, que causa ésta y, por consiguiente, siguen con su adicción dentro de un plan que les permite maximizar su utilidad a lo largo de su tiempo vital [4]. De la misma manera, uno observa en los casinos a las personas divirtiéndose ante el hecho aparentemente contradictorio de perder su dinero. Trátese de adicciones, juegos o de romper huevos fabergé contra la pared, al parecer lo importante es que el gasto realizado permita maximizar la utilidad de cualquier forma que se defina esa utilidad.

No obstante, ¿convence como explicación de la conducta económica la teoría de la elección racional? La respuesta es depende –la favorita de los economistas-. El modelo de racionalidad económica no es sólido para explicar, por ejemplo, las inconsistencias temporales de decisión que nos llevan a valorar más cualquier dotación de recursos o bienes que recibimos en el presente respecto a las que recibiremos en un futuro. Tampoco explica bien por qué una ganancia de digamos cien dólares nos produce un nivel de utilidad -satisfacción, felicidad- inferior al nivel de desutilidad –insatisfacción, tristeza- de perder cien dólares, aunque se trata de cantidades monetarias equivalentes. Las inconsistencias temporales y los errores de percepción cometidos a menudo en la toma de decisiones son en gran parte el resultado de la presencia de sesgos cognitivos. Estos son errores de interpretación, percepción o valoración de las opciones de una elección que pueden conllevar a tomar malas decisiones o como mínimo decisiones que no son óptimas. Para estas fallas de juicio y sus consecuencias el modelo de racionalidad económica no ofrece explicaciones plausibles.

Al campo de estudio que analiza al homo economicus que no es perfectamente racional, es incoherente o contradictorio en su toma de decisiones, se le denomina economía del comportamiento; un ámbito de la economía que toma en cuenta la parte irracional de nuestras decisiones y sus consecuencias para intentar explicarlas mejor. No invalida el modelo de racionalidad, pero lo ha puesto en cuarentena. Su respetabilidad científica como disciplina no se discute ya y dos investigadores de esta área, el psicólogo Daniel Kahneman y el economista Richard Thaler, son Premios Nobel de Economía [5]. Cuando al ganar esta distinción en el 2017 le preguntaron a Thaler qué haría con el dinero del Premio respondió, con agudo e irónico sentido del humor, que se lo gastaría de la forma más irracional que pudiera. Encías sangrantes Murphy habrían estado de acuerdo con él.

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[1] Un artículo de mi autoría resume algunas investigaciones y discusiones relevantes acerca de este tema: Covarrubias, I. (2016). El uso de películas y serie de TV en la enseñanza-aprendizaje de la Economía. Dissertare, (1)1, 76-92.

[2] Aprendiendo economía con Los Simpson se descarga de:  http://www.eumed.net/libros-gratis/2011c/1000/index.htm

[2] Stigler, G. y Becker, G. (1977). De Gustibus Non Est Disputandum. American Economic Review, 67(2), 76-90.

[3] Becker, G. y Murphy, K. (1988). A Theory of Rational Addiction. Journal of Political Economy, 96(4), 675-700.

[4] Una aproximación a las investigaciones de Kahneman se condensan en su libro Pensar rápido, pensar despacio (DeBolsillo, 2015) y las respectivas de Thaler en su libro Todo lo que he aprendido con la sicología económica (Planeta, 2016).

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SOBRE EMPATÍA Y LA RELACIÓN ENTRE LITERATURA Y ECONOMÍA

A mis maestros, colegas y amigos Alejandro Padrón y Alejandro Gutiérrez, por todo y por siempre.

He leído con placer Juventud (DeBolsillo, 2006) una novela del escritor sudafricano Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee, publicada en 2002 como una continuación de una suerte de memorias que iniciaron con la publicación de Infancia en el año 2000. Es una novela que no tiene desperdicio y donde este soberbio escritor vuelve a poner impresiones de su vida, pensamientos y opiniones que son de una aguda reflexión y perspicacia alrededor de acontecimientos y lecturas. Coetzee expone todo ello con una maestría y singularidad cautivantes, atrapándonos de una manera que uno termina por sentir empatía hacia ese joven a ratos confundido, desalentado, a ratos escéptico, pero imperturbable en su propósito de ser escritor. Y es que la empatía que las personas sienten al leer novelas se da como un hecho adicional proporcionado por la buena literatura. A propósito de ello, algunos estudios destacan que la propensión del lector a ponerse en el lugar de algún personaje, identificarse con estos, mejora su comprensión psicológica y social, ayudándole a perfeccionar habilidades relevantes para entender a los demás [1]. El propio Coetzee en Juventud nos hace saber de su lectura de Madame Bovary una percepción interesante del alcance de esta empatía provocada por la literatura:

“Desde luego, Emma Bovary es un personaje de ficción, nunca se la encontrará en la calle. Pero Emma no fue creada de la nada: sus orígenes se remontan a las experiencias de carne y hueso de su autor, experiencias que luego fueron sometidas al fuego transfigurador del arte. Si Emma tuvo un original, o varios, de ello se deduce que en el mundo real deberían existir mujeres como Emma o como su original. E incluso de no ser así, incluso si ninguna mujer del mundo real acaba de ser como Emma, tiene que haber muchas mujeres a quienes la lectura de Madame Bovary haya afectado tan hondamente que hayan caído bajo el embrujo de Emma y se hayan convertido en versiones de ella. Tal vez no sean la Emma real pero en cierto sentido son su personificación en vida.”

Desde esta perspectiva, también las humanidades en general y la literatura en particular pueden propender a desarrollar en el economista una visión más amplia de su disciplina. Al respecto, el libro Cents and Sensibility: Whats Economy Can Learn from the Humanities (Princeton University Press, 2017) de Gary Morson y Morton Schapiro, expone la tesis, la cual suscribo completamente, que la economía no debe estar reñida con las humanidades y los economistas, sobre todo los que somos docentes e investigadores, hacemos bien en explorar los vínculos de la economía con las ramas humanísticas. Una razón para ello es que la mayoría de las conductas y de los hechos económicos casi nunca se producen en un vacío moral ni cultural, de manera que ciertas condiciones éticas e idiosincráticas pueden ser relevantes para explicarlos. Esta es una postura que tiene una larga tradición en la profesión, pues Adam Smith razonó largamente sobre ello y lo tuvo muy presente al escribir sus dos grandes obras: Teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759 y La riqueza de las naciones, publicada en 1776 [2].

En este sentido, la literatura puede ayudarnos a enriquecer nuestros puntos de vista sobre diferentes comportamientos sociales, pues como lo señalan Morson y Schapiro una novela puede aportarnos un conocimiento del mundo desde “…la perspectiva de otra clase social, otro género, otra religión, otra cultura, otra orientación sexual, otro entendimiento moral u otras cuestiones que definen y diferencian la experiencia humana.” No se trata de desdeñar lo que pueden contribuir los modelos matemáticos o de otro tipo a la comprensión de la conducta económica de los individuos o el desempeño económico colectivo, tampoco se trata de fundir la economía con las humanidades, la idea es poder establecer un diálogo permanente entre ambas [3].

Otra razón para explorar el campo de la economía desde la literatura es que sobre todo las novelas, y en especial las grandes obras literarias, a menudo muestran un gran marco social y económico donde se desenvuelven los personajes y estos toman decisiones y actúan en consonancia con sus creencias, intereses y motivaciones económicas. Todo esto permite de una manera sencilla y útil observar ejemplificados en tramas de ficción conceptos, principios o acontecimientos económicos. Novelas como las escritas por Charles Dickens en la primera mitad del siglo XIX y hasta 1870 presentan un marco social y económico perfectamente identificable con el capitalismo decimonónico de la Inglaterra victoriana. Además, algunos de sus personajes ilustran en sus decisiones y acciones lo esencial de algunos conceptos económicos básicos que bien pueden ser expuestos en un curso introductorio. Por ejemplo, en David Copperfield, publicada en 1850, Dickens hace expresar al señor Micawber dos consejos que no solo tenían sentido en la época de esta narrativa sino también lo siguen teniendo en la actualidad:

Digo, replicó míster Micawber sin preocuparse de sí mismo y sonriendo de nuevo, lo desgraciado que he sido. Mi consejo es este: Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Demorar cualquier cosa es un robo hecho al tiempo, ¡hay que aprenderlo!…mi segundo consejo Copperfield ya lo conoce usted: Ingreso anual de veinte libras y gasto anual de diecinueve, resultado: felicidad. Ingreso anual de veinte libras y gasto anual de veinte y media, resultado: miseria.”

Para poner otros ejemplos, en la novela El Gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, publicada en 1925, los personajes se mueven en el ambiente de euforia económica y financiera de los años veinte, donde se pone de manifiesto que la élite empresarial e inversionista, así como advenedizos como el propio Gatsby, estaban haciendo inmensas fortunas producto de una situación económica muy favorable para las inversiones y la especulación con activos. En la realidad tal situación ocurrió, al menos para el caso de la economía estadounidense, como también pocos años después ocurrirá la estrepitosa caída manifestada con la Gran Depresión. En la novela Las uvas de la ira, del Premio Nobel de Literatura John Steinbeck, publicada en 1939, se retrata magistralmente los sufrimientos que la Gran Depresión causó en las clases pobres, especialmente los agricultores, obligados a abandonar sus tierras, a quedar desempleados y sufrir toda suerte de penurias materiales.

Por su parte, Coetzee en Juventud le permite a su personaje tener una percepción del mercado laboral de la industria informática de Inglaterra de los años de 1960, notando que los avisos laborales de los periódicos estaban llenos de demandas de programadores. Esta es una percepción que refleja de manera bastante aproximada los cambios que estaban ocurriendo en la industria informática, impulsados por una revolución en ciernes. Ese mercado laboral mostraba los signos manifiestos de un mayor empuje de la demanda de programadores por parte de las empresas frente a una oferta relativamente escasa de estos. Y el exceso de demanda de programadores de aquellos años rememorados en esta narrativa tiene consecuencias que pueden además explicarse apelando a conceptos y relaciones económicas básicas acerca del funcionamiento de los mercados.         

Por lo demás, esto es algo que frecuentemente hace uno de los economistas contemporáneos más reconocido en el tema de la desigualdad global: Thomas Piketty. En su famoso libro El capital en el siglo XXI, publicado en 2013, Piketty echa mano de novelas como  Sensatez y Sentimientos de Jane Austen, publicada en 1811, o Papá Goriot de Honoré de Balzac, publicada en 1835, para contarnos que a principios del siglo XIX la posesión de tierras cultivadas y de títulos bancarios era una condición que permitía tener unos ingresos suficientes para llevar una vida de rico en cualquier ciudad europea de la época. Piketty traza entonces una relación entre lo que se entendía por rico o pobre y cómo la posesión de un patrimonio se fue perfilando como un tipo de desigualdad económica que se extiende hasta el presente. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, en una reseña que hace de la obra de Piketty, señala que: “Esta conexión fascinante entre economía y literatura nos enseña que el autor de El capital en el siglo XXI no es un frío analista de cifras, sino un humanista que utiliza la economía para explicar el fenómeno de la desigualdad, que ha acompañado a lo largo de los siglos la historia de la humanidad. Es lo que está ya en las novelas de Balzac y Austen, visto desde la ficción encarnada en la realidad.” [4].

En resumen, las conexiones entre literatura y economía son pues variadas e instructivas y se pueden plantear como método de enseñanza y de aprendizaje de la ciencia económica a un nivel introductorio e incluso un poco más allá. La vinculación pone de manifiesto que sea en el mundo de la ficción pura o en la ficción que re-elabora hechos reales, los comportamientos individuales o colectivos con relación al complejo mundo material y del dinero no dejan indiferente a los escritores que utilizan en sus novelas la economía de contexto, de marco social, ni tampoco a los economistas cuando leen esas novelas.

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[1] Una aproximación al tema se puede leer en el artículo de Cristina Sáez: Leer novelas de ficción desarrolla la empatía, publicado en el  diario La Vanguardia  el 19 de julio de 2016: https://www.lavanguardia.com/ciencia/cuerpo-humano/20160719/403334437827/leer-ficcion-desarrolla-empatia.html

[2] Sobre los alcances filosóficos y económicos de la Teoría de los sentimientos morales se discute en la entrada de mi blog: Una aproximación a la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith: http://covarrubias.eumed.net/una-aproximacion-a-la-teoria-de-los-sentimientos-morales-de-adam-smith/

[3] Morson y Schapiro exponen brevemente estas ideas en un artículo llamado Why economists need to expand their knowledge to include the humanities, publicado en World Economic Forum el 08 de agosto de 2017: https://www.weforum.org/agenda/2017/08/why-economists-need-to-expand-their-knowledge-to-include-the-humanities

[4] Esta reseña se presenta en el artículo: El pasado que devora al futuro, publicado en el diario El País el 15 de febrero de 2015: https://elpais.com/elpais/2015/02/04/opinion/1423076978_068602.html

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